miércoles, 1 de enero de 2014

Ho Ho Ho Feliz Navidad. Parte 1.

      25 de Diciembre, Navidad del 2013. ¿Mi sueño de hoy? Extraño otra vez. En el de esta noche todo eran sombras. Las figuras eran sombras. Lo único perceptible que ha aparecido era un cielo oscuro pero medio verdoso, con auroras verdes decorándolo. Eso ha sido –perdón por la palabra- realmente precioso. Pero a parte de eso, ¿conocéis la sensación de no ver nada y que, precisamente por ese motivo, lo que sientes es tres mil veces más potente, más profundo? Una caricia que no ves multiplica la sensación centrando toda la atención en el dedo que atraviesa tu torso, en la mano que se enlaza entre tus dedos sin esperarlo. La piel de gallina y el corazón a mil. Pues esa sensación es la que experimenté en el sueño de anoche. Aunque la presencia que sentía junto a mi era una simple sombra, lo que me hacía estremecer era notarle ahí, a mi lado, bajo ese verde en líneas. Había huellas de animal a nuestro alrededor, plumas, rastros de un fuego y zapatos que supongo que pertenecerían a nuestros descalzos pies. El cielo y la presencia, esas eran las piezas claves de mi sueño.

      La comida hoy toca en casa. Mi madre a puesto sobre la mesa un mantel de velitas con servilletas del mismo tema, las cuales mi hermano y yo hemos intentado dar forma y hacerlo mas acogedor pero... hemos conseguido dejar buñuelos de servilleta como decoración. Como no nuestro invitado especial era el fuego -a parte del perro- que se ha alimentado con los cartones de la comida que compramos en el Carrefour (pronunciarlo con acento francés).En la comida nos dedicamos a decir chorradas y me ayudo bastante para desconectar de la mierda de sueños y pensamientos que últimamente me estaban  comiendo la cabeza.
La distracción duro hasta la película después de la comida. Todos se quedaron dormidos excepto yo, que me quedé sola junto a La Sirenita  en francés. En el momento que me salía francés por las orejas empecé a pensar y a darle vueltas a cosas que no entendía. Y empecé a echar de menos. A echar de menos a alguien que ni conocía ni sabia quien era. Simplemente empecé a echar de menos como nadie quiere echar.
      Cuando acabó la película apagué el televisor y mi familia, como si tuvieran un ojo abierto o un sentido de más, revivió milagrosamente. Hasta el perro, al que había oído ladrar en sueño hace un momento, se estiró y se puso en pie con su cara de sueño en busca de entretenimiento humano.
Mi padre nos dijo que nos vistiéramos que nos íbamos a que el perro jugase a la nieve. Me puse los pantalones de snow y mi calentita chaqueta, seguidos de las botas para poder revolcarme por la nieve a gusto y antojo y que no me mojase. Llegamos a la entrada de las pistas de ski, donde encontramos un camino –que suponíamos que sería de ski de fondo o de las motos de nieve- y fuimos por ahí derechos. Entre mi perro y mi hermano terminé de nieve hasta las orejas, incluso tuve buffet libre de comer nieve cortesía de mi hermano. A Dylan (perro) no se le distinguía de lo blanco que es. Sobre todo cuando saltaba de algún lado  a un montón de nieve que le cubría hasta la cabeza. Andando hacia arriba, hacia la montaña por el camino que habíamos descubierto, nos metimos por un trozo de bosque que rodeaba el sendero de nieve. Iba caminando y, cuando alcé la vista para observar el bosque recuerdo ver cielo y nada más.         Cuando me desperté estaba helada. Y sola, estaba sola.
     Estaba tirada en la nieve. A la izquierda  un arco y en mi mano derecha el carcaj de las flechas. Rápidamente y sin darme tiempo a ponerme de pie cargué una flecha y con el arco tensado me giré hacia mis seis en punto. Había escuchado algo a mis espaldas pero no se podía ver nada. La frondosidad del bosque era tres veces mayor que antes. Con la mirada perdida entre las ramas de un abeto nevado, mi concentración recaía principalmente en mi oído y en mi sistema locomotor. En un segundo, una rama, unos metros más a la derecha de donde mi vista se había plantado, salió disparada una liebre y, sin apenas verle con los ojos, lancé la flecha, matando al animal de un disparo. Mis pasos eran firmes al acercarme ala liebre con una flecha de madera decorada con pigmentación roja y plumas. Recupero mi flecha y, tras congelar casi por completo al inmóvil animal para no dejar rastro de sangre, le até a mi cintura. Empezaba a anochecer y necesitaba encontrar un lugar donde cobijarme. Casi el sol había caído por completo cuando encontré un par de rocas donde cabía mi cuerpo únicamente para dormir. Con ramas y pocas hojas que había a mi alrededor fabriqué un techo en el que poder resguardarme mientras durmiera sin que la nieve me mojase, y con algunas ramas secas –que de milagro encontré- hice una pequeña fogata. Me despojé del carcaj y del arco y desaté lo que quedaba de liebre. Le quité la piel con un cuchillo artesanal hasta que quedo en carne viva. Con un palo en horizontal como sostén, puse la liebre sobre el fuego para cocinarla. Mientras cenaba mis cinco sentidos estaban atentos a todo lo que ocurría a mi alrededor: el viento moviendo los árboles por aquí, aullidos por allá, y una luna tan grande que hipnotizaba con solo pensar en ella. Y así fue. Me tumbé en mi pequeño refugio, mirando hacia aquella brillante luna, y poco a poco mis ojos fueron cerrándose hasta acabar por completo con mi cuerpo.
      Cuando desperté seguía en el mismo sitio donde me desmayé. Los ojos me pesaban mucho y para ver lo que me aguardaba tampoco quería que se abriesen del todo. Me recosté con ayuda de unas cuantas manos. A mi alrededor estaban mis padres, mi hermano, el perro, una moto nieve, un médico –supuse que era el de salvamento de las pistas de ski por la ropa que llevaba- y una panda de curiosos que cuchicheaba tanto en francés como en español e inglés.
      -Gaquel, sigue la lus con tus ojos. ¿Cómo te llamas?- Comenzó el médico a preguntar.
      -Raquel Lillo Benito- Respondí.
      -¿Dónde y con quién vives?-
      - Soy de Madrid, España, y vivo en casa con mis padres, mi hermano y mi perro.-
      - Gepite la fgrase conmigo: Astor menico trufacte haido- Citó de repente el médico.
     - Eeemmmm…Astor…men…menico trufacte…ha…hai…¿haido?- Conseguí decir de milagro (gracias a mi poca memoria).
     -Pegferto, ha recupegado los sentidos, pego segá mejor que se pase por algún hospital paga un geconocimiento a fondo.- Dijo el hombre en el típico acento de un francés intentando hablar español en condiciones.
    -De acuerdo, muchas gracias. ¡Madre de Dios! Menos mal. ¿Cómo te encuentras?- Escuché que decía mi madre con preocupación prácticamente en mi oído.
      -Bien, bien, pero, ¿qué me ha ocurrido?-
     - Has sufgrido un leve desmayo. Tu cuegpo ha dejado de gesponder. Tus sentidos no geaccionaban. Todo se ha pagado excepto tu cogazón, que afogtunadamente ha seguido latiendo.
      En ese momento no hubo más que hablar. Aunque mi mayor obsesión era llegar a casa y descansar, mi padre nos metió en el coche y nos bajó a la clínica más cercana a que me hicieran una revisión de todo. La verdad es que no entiendo aún lo que me ocurrió. Es verdad que tengo ciertos problemas en la sangre y que apenas puedo tomar medicamentos pero de ahí a desmayarme no comprendo lo que pasó.

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