25 de Diciembre, Navidad del 2013. ¿Mi
sueño de hoy? Extraño otra vez. En el de esta noche todo eran sombras. Las
figuras eran sombras. Lo único perceptible que ha aparecido era un cielo oscuro
pero medio verdoso, con auroras verdes decorándolo. Eso ha sido –perdón por la
palabra- realmente precioso. Pero a parte de eso, ¿conocéis la sensación de no
ver nada y que, precisamente por ese motivo, lo que sientes es tres mil veces
más potente, más profundo? Una caricia que no ves multiplica la sensación
centrando toda la atención en el dedo que atraviesa tu torso, en la mano que se
enlaza entre tus dedos sin esperarlo. La piel de gallina y el corazón a mil.
Pues esa sensación es la que experimenté en el sueño de anoche. Aunque la
presencia que sentía junto a mi era una simple sombra, lo que me hacía
estremecer era notarle ahí, a mi lado, bajo ese verde en líneas. Había huellas
de animal a nuestro alrededor, plumas, rastros de un fuego y zapatos que supongo
que pertenecerían a nuestros descalzos pies. El cielo y la presencia, esas eran
las piezas claves de mi sueño.
La comida hoy toca en casa. Mi madre a
puesto sobre la mesa un mantel de velitas con servilletas del mismo tema, las
cuales mi hermano y yo hemos intentado dar forma y hacerlo mas acogedor pero...
hemos conseguido dejar buñuelos de servilleta como decoración. Como no nuestro
invitado especial era el fuego -a parte del perro- que se ha alimentado con los
cartones de la comida que compramos en el Carrefour (pronunciarlo con acento
francés).En la comida nos dedicamos a decir chorradas y me ayudo bastante para
desconectar de la mierda de sueños y pensamientos que últimamente me
estaban comiendo la cabeza.
La
distracción duro hasta la película después de la comida. Todos se quedaron
dormidos excepto yo, que me quedé sola junto a La Sirenita en francés. En el momento que me salía
francés por las orejas empecé a pensar y a darle vueltas a cosas que no entendía.
Y empecé a echar de menos. A echar de menos a alguien que ni conocía ni sabia
quien era. Simplemente empecé a echar de menos como nadie quiere echar.
Cuando acabó la película apagué el
televisor y mi familia, como si tuvieran un ojo abierto o un sentido de más,
revivió milagrosamente. Hasta el perro, al que había oído ladrar en sueño hace
un momento, se estiró y se puso en pie con su cara de sueño en busca de
entretenimiento humano.
Mi
padre nos dijo que nos vistiéramos que nos íbamos a que el perro jugase a la
nieve. Me puse los pantalones de snow y mi calentita chaqueta, seguidos de las
botas para poder revolcarme por la nieve a gusto y antojo y que no me mojase.
Llegamos a la entrada de las pistas de ski, donde encontramos un camino –que
suponíamos que sería de ski de fondo o de las motos de nieve- y fuimos por ahí
derechos. Entre mi perro y mi hermano terminé de nieve hasta las orejas,
incluso tuve buffet libre de comer nieve cortesía de mi hermano. A Dylan
(perro) no se le distinguía de lo blanco que es. Sobre todo cuando saltaba de
algún lado a un montón de nieve que le
cubría hasta la cabeza. Andando hacia arriba, hacia la montaña por el camino
que habíamos descubierto, nos metimos por un trozo de bosque que rodeaba el
sendero de nieve. Iba caminando y, cuando alcé la vista para observar el bosque
recuerdo ver cielo y nada más.
Cuando me desperté estaba helada. Y sola, estaba sola.
Estaba tirada en la nieve. A la
izquierda un arco y en mi mano derecha
el carcaj de las flechas. Rápidamente y sin darme tiempo a ponerme de pie
cargué una flecha y con el arco tensado me giré hacia mis seis en punto. Había
escuchado algo a mis espaldas pero no se podía ver nada. La frondosidad del
bosque era tres veces mayor que antes. Con la mirada perdida entre las ramas de
un abeto nevado, mi concentración recaía principalmente en mi oído y en mi
sistema locomotor. En un segundo, una rama, unos metros más a la derecha de
donde mi vista se había plantado, salió disparada una liebre y, sin apenas
verle con los ojos, lancé la flecha, matando al animal de un disparo. Mis pasos
eran firmes al acercarme ala liebre con una flecha de madera decorada con
pigmentación roja y plumas. Recupero mi flecha y, tras congelar casi por
completo al inmóvil animal para no dejar rastro de sangre, le até a mi cintura.
Empezaba a anochecer y necesitaba encontrar un lugar donde cobijarme. Casi el
sol había caído por completo cuando encontré un par de rocas donde cabía mi
cuerpo únicamente para dormir. Con ramas y pocas hojas que había a mi alrededor
fabriqué un techo en el que poder resguardarme mientras durmiera sin que la
nieve me mojase, y con algunas ramas secas –que de milagro encontré- hice una
pequeña fogata. Me despojé del carcaj y del arco y desaté lo que quedaba de
liebre. Le quité la piel con un cuchillo artesanal hasta que quedo en carne
viva. Con un palo en horizontal como sostén, puse la liebre sobre el fuego para
cocinarla. Mientras cenaba mis cinco sentidos estaban atentos a todo lo que
ocurría a mi alrededor: el viento moviendo los árboles por aquí, aullidos por
allá, y una luna tan grande que hipnotizaba con solo pensar en ella. Y así fue.
Me tumbé en mi pequeño refugio, mirando hacia aquella brillante luna, y poco a
poco mis ojos fueron cerrándose hasta acabar por completo con mi cuerpo.
Cuando desperté seguía en el mismo sitio
donde me desmayé. Los ojos me pesaban mucho y para ver lo que me aguardaba
tampoco quería que se abriesen del todo. Me recosté con ayuda de unas cuantas
manos. A mi alrededor estaban mis padres, mi hermano, el perro, una moto nieve,
un médico –supuse que era el de salvamento de las pistas de ski por la ropa que
llevaba- y una panda de curiosos que cuchicheaba tanto en francés como en
español e inglés.
-Gaquel,
sigue la lus con tus ojos. ¿Cómo te
llamas?- Comenzó el médico a preguntar.
-Raquel Lillo Benito- Respondí.
-¿Dónde y con quién vives?-
- Soy de Madrid, España, y vivo en casa
con mis padres, mi hermano y mi perro.-
- Gepite
la fgrase conmigo: Astor menico trufacte haido- Citó de repente
el médico.
- Eeemmmm…Astor…men…menico
trufacte…ha…hai…¿haido?- Conseguí decir de milagro (gracias a mi poca
memoria).
-Pegferto,
ha recupegado los sentidos, pego segá mejor que se pase por algún
hospital paga un geconocimiento a fondo.- Dijo el hombre en el típico acento de un
francés intentando hablar español en condiciones.
-De acuerdo, muchas gracias. ¡Madre de
Dios! Menos mal. ¿Cómo te encuentras?- Escuché que decía mi madre con
preocupación prácticamente en mi oído.
-Bien, bien, pero, ¿qué me ha ocurrido?-
- Has sufgrido un leve desmayo. Tu cuegpo
ha dejado de gesponder. Tus sentidos no geaccionaban. Todo se ha pagado excepto
tu cogazón, que afogtunadamente ha seguido latiendo.
En ese momento no hubo más que hablar.
Aunque mi mayor obsesión era llegar a casa y descansar, mi padre nos metió en
el coche y nos bajó a la clínica más cercana a que me hicieran una revisión de
todo. La verdad es que no entiendo aún lo que me ocurrió. Es verdad que tengo
ciertos problemas en la sangre y que apenas puedo tomar medicamentos pero de
ahí a desmayarme no comprendo lo que pasó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario