lunes, 13 de enero de 2014

El 29 de Diciembre.

      Era nuestro último día en Francia. Todo era rutina: mi hermano y mi padre a esquiar. Mi madre y yo  en el pueblo. Lo extraño de aquel día fue que no tuve ninguno de mis sueños. Solo recuerdo alguna vez la canción en mi cabeza, pero parece como si se hubiera si la calma hubiera llegado finalmente, y no me gustaba, significaba que algo iba mal. Respecto a Eme… no le volví a ver desde la pasada tarde, pero de repente me llegaban mensajes al móvil con chistes en francés. Tardé en darme cuenta que el chiste, en realidad, era que no entendía nada de lo que me decía. Era sábado y hacía un frío increíble. No había ningún plan para hoy, excepto ir a cenar a una bolera. Me aventuré a preguntar a mis padres si les importaba que se viniera Emerick a cenar con nosotros. Pensé que a mi hermano le caería bien, eran casi igual de nerviosos, y a mis padres les gustaría por lo mismo. Como no, me arriesgué a las típicas preguntas de si era mi novio, si me gustaba… chorradas varias, pero espero que haya quedado aclarado que es un amigo que, por desgracia, se quedaría aquí, tan lejos de Madrid, dentro de un día.

      Decidí ir a buscarle y proponerle el plan para esta noche. Le vi por fuera de la cristalera, no paraba quieto. Qué velocidad llevaba de aquí para allá, bandeja arriba y abajo.

      - Un vaso de agua, por favor –pedí aprovechando que me daba la espalda. Cuando se dio la vuelta y vio que se trataba de mí, puso una extraña cara y sonrió bajando la mirada hacia abajo. Vi como rellenaba un vaso de agua que me puso encima de la barra con cara de orgullo-. Tengo una proposición.
      - ¿Ya te quieres casar conmigo? –soltó de improvisto poniendo cara de interesante.
      - Todavía no, pero te propongo algo mejor –Eme puso los cinco sentidos en mis palabras-. Esta noche voy a cenar con mi familia a la bolera. ¿Te apuntas? No quiero presionar, si fuéramos pareja no te presentaría a mis padres.
      - Acepto, pero iré por tu hermano, que me cae mejor que tú –confesó. Me guiñó uno de sus azules ojos y salió de la barra para seguir trabajando.
      -¡A las 20:00 en mi casa, tú calle hacia abajo, el número 7!

      La casa estaba llena de zapatillas, mi madre empezaba a tener la locura premaleta, y nosotros a sufrir las consecuencias. Raquel por aquí, Jaime por allá, y llamaron a la puerta justo a tiempo.

      Creo que mi amigo les cayó muy bien, por un momento pensé que le adoptarían en mi familia, pero fueron falsas ilusiones. Cuando salimos del restaurante y tras haber echado una partida, Eme y yo nos quedamos un rato dando una vuelta. Subimos al castillo del otro día, ambos cargados con nuestra música y con ella silencios que sabíamos que acabarían con una amarga despedida. Amarga en el sentido en que nadie quiere empezarla, y mucho menos acabarla.
      -Creo que es hora de hablar de los sueños –elegí como tema principal, era el más adecuado sabiendo lo que ocurrió la otra vez-. Bueno, hace un día que no he vuelto a tener ningún sueño…
      - Yo tampoco- Interrumpió Eme.
      -… El caso es que tengo miedo. Se que pueden ser solo sueños, pero cada vez que los tengo es como si completase parte de mi vida. Soy yo, y lo sé. Y también sé quién eres. Y creo que te conozco de antes. Por eso estoy tan a gusto contigo, por eso sabes mi nombre, no entiendo nada, pero solo se que no quiero volver a separarme de ti. No puedes ser un mero pasajero en esta historia, ojala jamás me fuera de aquí, pero en una hora nuestro tiempo acaba y espero que no sea para siempre.
      Atónito al verme en una posición como no me habría imaginado, se quedó quieto, mirándome con esos ojos azules. Esta vez no sonreía, pero se podía ver en su rostro la buena persona que es. Simplemente estuvimos juntos ese tiempo que nos quedaba. Bromas, música, la luna sobre el pueblo y la hora llegó. 
      Caminamos lentamente hasta mi casa. Cuando llegamos allí, me giré hacia el y nos quedamos sin palabra alguna. Eme se acercó y me refugió entre sus brazos cubiertos por la chaqueta. Le abracé como abrazo a las personas importantes en mi vida. De hecho, el mismo hecho de abrazarle, representaba el cariño que le tenía. Nos despegamos el uno de otro, y sin querer irme, me quedé ahí plantada. No quería dar ningún paso que supusiera el final. El se acercó y me besó en la mejilla. No quería nada más.


      -C’est n’est pas une Au Revoir, es un hasta luego- le dije al oído, y le devolví el beso de despedida. Después de esto, nos sonreímos, me hizo una broma estúpida en francés y me di la vuelta, grabando, mientras caminaba hacia la verja de mi casa, esos ojos y esa sonrisa, y ese nerviosismo que me ha dado mi mejor Navidad en muchos años.

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