domingo, 5 de enero de 2014

27 de Diciembre, Parte 2: Noche de de cinco estrellas.

      20:47 p.m. marcaba el reloj. Afuera ya no llovía, pero lo compensaba el fuerte viento que se había levantado. La sensación térmica no era mayor a -4ºC, pero no importaría. Cogí al perro y me fui a dar una vuelta con él. Las calles en este pueblo tienen nombres muy curiosos, y más si no sabes su significado, que coronan calzadas de piedras o asfalto muy acogedoras. Allí, en España, pocas veces encuentras pueblos o incluso ciudades con un encanto especial. Las casas son desigualmente antiestéticas, las calles son aceras y calzadas quebradas y personas que las hacen aún más feas tirando basura sobre ellas. Aquí en Francia estoy viendo todo muy cuidado, nada de basura, el respeto por el medio ambiente está presente, no entiendo porqué todos los españoles no podemos estar así de concienciados.
      Siendo sinceros estaba deseando volver a casa porque me estaba congelando.  Para colmo de males empezó a llover y cuando llegamos a casa, tanto el perro como yo, parecíamos haber estado dándonos un baño en el río. Una ducha caliente para calentar mis fríos huesos y el pijama bastó para acomodarse junto a la chimenea a empezar mi nueva adquisición, “Canción de Fuego y Hielo: Juego de tronos”.                     
Fue una noche completamente normal. 100 páginas de Juego de Tronos cayeron cuando el reloj marcaba las 2:38 de la noche. El marcador en la página 214 y el libro encima de la cama. Todo quedó tal cual cuando me levanté a comprobar quién dormía a esas horas. La extraña suerte que estaba teniendo estos días era increíble, pues todo el mundo dormía a esas horas, cuando mi madre es como yo, de acostarse a altas horas de la madrugada.

      Las mallas, las botas hasta las rodillas y con la parte de arriba del pijama bajo el abrigo cerré la puerta de la casa por fuera. Ya no llovía, -“menos mal”- pensé, y el frío todavía no se había colado entre mi piel.
     Me alegraba tener un amigo estas vacaciones, necesitaba distracción y era perfecto, incluso parecía que ya le conocía. Casi cuando iba a girar la esquina hacia la plaza me daba miedo subir la vista y no encontrar a nadie allí. Levanté la vista y sonreí. Ahí estaba, sentado dando algo de espalda hacia el lado por el que yo llegaba, con los cascos puestos y encogido, en la misma posición en la que me encontraba  la primera noche que nos sentamos ahí.
      Sin decir nada me senté, dando a notar mi presencia, él se quitó los cascos y se giro hacia mí apoyándose en la pared derecha del pequeño portal.
      - Pensé que tú no vendrías esta noche –dijo mientras enrollaba los cascos en el iPod.
      - Y yo no estaba segura de si vendrías tú – me adelanté antes de que guardase el iPod-. ¿Qué estabas escuchando? –Acto seguido volvió a desenrollar los cascos con media sonrisa escondida y me dio uno de los cascos. Pude ver como el aparato estaba configurado totalmente en francés, me hacía gracia, pero me guarde eso para mí. Dio vueltas a la ruleta hasta que se paró en lo que supuse que sería “está sonando” en mi iPod en español. Era Junk of the Heart de los Kooks. Ya la conocía. Estaba muy a gusto. De noche (en mi salsa), al aire libre, con una persona que apenas conocía y que, curiosamente, me hacía sentir cómoda, cosa que consigo cuando logro conocer a alguien tanto como para abrirme a ella. Pero con él es distinto, no tenía que pensar en qué decir para no meter la pata, porque no me importaba.  Nunca se me hizo una canción que estaba disfrutando tan larga. Era todo perfecto. Comenzar el día de noche con un desconocido y buena banda sonora.
      -¿Has visto La vie d'adele? –Sacó lentamente un cigarro del bolsillo.
      -No, pero está dentro de mis planes antes – Se llevó el cigarro a la boca y lo encendió para devolver el mechero donde estaba.
      -Pues estás de suerte. –Y sin mediar palabra se levantó de un salto y entró a la casa. Totalmente confundida y sin saber qué hacer me quedé en la puerta. El frío le había robado el sitio. Me apreté al lateral derecho del portal y encogí mis piernas para darme calor. Al poco rato salió de nuevo, más cargado que cuando entró. Se sentó a mi lado y nos cubrió con una manta, en ese momento no sabía si darle un beso o robarle la manta, me había salvado de aquel frío, y puso un portátil en una roca frente a nosotros –Hoy podrás verla, o al menos un poco.
      -Si no morimos de frío me quedo toda la película –y me incliné para darle a play y dar comienzo a el nuestro maravilloso cine de Navidad-. Por cierto, comment tu t’appelles?
      -Emerick.
      -Curioso nombre, Eme –Me recosté de nuevo atrás, cubriéndome bien con la manta para que no se me congelasen los huesos.
      -No lo tomes como extraño, pero si tienes mucho frío soy calor humano, Raquel- En ese momento no me di cuenta. ¿Cómo podría saber mi nombre? Supongo que lo habrá escuchado en el restaurante en algún momento.
      Solo tuvimos tiempo de ver la mitad de la película, porque a la hora y media de haber empezado nos estábamos helando de frío y no había forma de evitarlo. La verdad, prefería morir de frío en ese momento que volver a mi casa. Ya la manta no era suficiente, y la situación era demasiado extraña ya como para decir que teníamos frío, así que hemos quedado mañana por la tarde.  Viva Adèle y viva la luna.

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