miércoles, 8 de enero de 2014

Eterno 28 de mi decimonoveno Diciembre.

      Sería mejor que llegasen pronto las cuatro. Mi mañana con mi madre se basó en hacer fotos y pintar el mantel con el bolígrafo. Comimos pronto, unos spaghettis a la carbonara que me salieron de muerte –y no literalmente- con bacón. Ni que decir quede que comí tanto que pensé que explotaría de un momento a otro. Pero la idea más inteligente que se me ocurrió fue poner Los cinco magníficos y ver a mi querido Steve McQueen, ese actor con el que me embobaba a la hora de comer potitos. Esto sí que es amor, y más cuando aparece en las escenas de acción interpretándolas él mismo, me encanta que hagan eso lo actores.
      Pero no duré mucho. Con el sueño que llevaba aquellos días me quedé dormida después de 20 minutos de película, menos mal que ya la había visto un par de veces.

      Creo recordar que el reloj marcaba las 14:02 la última vez que lo miré, pero donde me hallaba estaba amaneciendo. Podía notar un ligero calor que sustituía a la apagada fogata. Me quité las pieles que me cubrían completamente, puesto que no era difícil cubrir 1’56 metros de largo encogidos. El carcaj y el arco estaban conmigo bajo la piel, no podía arriesgarme a que se mojaran y se acartonase la madera. Descubrí un camino cercano a donde había pasado la noche. No tardé mucho en encontrarme un campamento, pequeño, pero con los suficientes recursos como para abastecerme al menos un par de días.
      Mi propósito era encontrar un caballo que agilizase mi marcha, para llegar hasta mi objetivo antes que cualquiera que tuviera planeado llegar también. Los caballos los tenían en una pequeña cuadra provisional entre árboles y cuerdas simulando las vallas. Últimamente la gente era muy hostil con gente como yo. Lo sabía, y podía intuir la dificultad de conseguir un caballo honradamente.
      Entré al salón y todo el allí presente se giró y se quedó mirándome fijamente, con descaro que me parecía normal. Me acerqué a la barra de la forma más civilizadamente y, sin saber cómo, sabía cómo desenvolverme en lugares como ese.
      - Ginebra y  ayuda- pedí directamente al camarero-. Vengo buscando hacer un trueque, un caballo para mi viaje y ofrezco mi servicio como seguridad personal del jinete que me ofrezca el caballo – mi habla era impecable a pesar de llevar tanto tiempo sin hablar aquel idioma. Me sacó un vaso y relleno parte de él con ginebra casera. Se apoyó en la barra con un codo mientras sujetaba la botella y dijo
      - Creo posible la primera fase, la segunda, viendo la cara del personal, la veo un poco más difícil. ¿Te has visto? Los de tu especie no suelen ser bienvenidos por mucha gente, y más peligro tienes siendo mujer- Terminó de usar la botella y la colocó tras él en el mueble con el resto de bebidas.
      - El peligro es cosa mía, necesito tu ayuda para una noche y un jinete- dije de forma cortante. En un momento de vacilación el tiburón puede comer al pez globo, pero no sabe que se ha comido al pequeño pez equivocado. Aún así note tras mi espalda el revuelto de mi llegada. La gente comenzó a chismorrear. Las señoras con sus vestidos y sombrillas hacían más escándalo que los hombres, mientras que estos se miraban entre ellos. Risas, burlas, hombres rodeándome y yo bebiendo.
      - Lo intentaré, pero no prometo nada pequeña plúmera.

      ¿Estaba soñando con la película? No me cuadraba, parecía continuar el sueño anterior. Miré el reloj y eran las 15:40. Deseaba que no hubiera planes esa tarde. Aún así, con el tiempo que tardaban los varones de la casa –sin contar con el perro- en ducharse al volver de la jornada de esquí me daba tiempo a hacer todos los planes que quisiera. Cogí mi iPod, el pendrive de Eme y sus cascos y me despedí de mi madre, que estaba también dormida en el sofá. A las 16:00 salió uno de los compañeros del chico, y acto seguido salió este.
      -¿No tienes vida en este pueblo como para perder tu tiempo conmigo?- La pregunta salió por mi boca de forma medio inconsciente, puesto que era lo que estaba pensando pero lo solté en voz alta.
      - Si perder mi tiempo significa invertirlo con una madrileña que se quedó a ver una película de madrugada y con frío a la puerta de mi casa…sí, me gusta perder el tiempo contigo – dijo de una forma muy natural. Me bastó esa respuesta, puesto que no buscaba alguna en un principio y a mí me gustaba su manera de perder el tiempo. Pero tenía miedo que a parte de mi boca mi sueño me traicionara.
Fuimos al Château de St Maire, que más que un castillo era el balcón de lo que una vez fue un pequeño fortín desde el que se veía todo el valle de St-Sauveur. Nos sentamos en la piedra frente a aquel panorama. No era la primera vez que subía ahí, ya estuve cuando investigué al poco de llegar a Francia, pero parecía distinto con el ambiente actual. Esta vez decidí adelantarme y ponerle uno de mis cascos. Aquel paisaje con Young and Beautiful de Lana del Rey quedaba más gracioso aún. Me recordaba a The Great Gatsby, y me encantaba. A Eme también le gustó, oí cómo susurró “incredible” mirando hacia el frente. Cuando acabó la canción sacó tranquilamente su ordenador. Le puse en las manos el pendrive y lo conectó para abrir la película de anoche. Quedaba una hora de grandes papeles y reflexiones. Con la confianza que tienen dos personas que son amigas desde pequeñas, nos apoyamos el uno en el otro acomodándonos y dio comienzo el curioso cine improvisado.
      Las montañas habían desaparecido, solo había cuatro paredes de madera y un colchón en el suelo. De repente llamaron a la puerta. Mis pies descalzos se dirigieron hacia donde estaba la puerta, que se abrió y apareció un curioso hombre. Parecía sacado de la Edad Media pero con vestimenta vaquera. Medía 2 cabezas más que yo, con barba y un pelo recortado, sin dar la sensación de pérdida de pelo. Se le notaba que podría tener unos 40 años, mal aparentados, puesto que estaba en buena condición física. Con una mirada inexpresiva se adentró en mis aposentos.
    - Soy vuestro jinete, pequeña plúmera- me llamó de la misma forma que hizo el camarero-. Tengo un caballo de más y me dirijo al Oeste. Tu apariencia engaña, lo se, me vendría bien tu ayuda. Me llamo Jorah- se peinó el rubio cabello mientras me tendía la mano.
      - Kwekuatsu.


  

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