De un momento a otro me empezarían a fallar las piernas. El aire que entraba por mis pulmones era tan frío que parecía que tenía el pecho en carne viva. Saltaba las raíces de los árboles con la agilidad de un animal humano. De milagro vi acercarse una rama lo suficientemente ancha y alta como para saltar. No di tiempo alguno a que mis pies se quedaran al aire. Seguí escalando las ramas nevadas sabiendo que podría caerme y que perdería todo. A una altura considerable, donde me escondían las perennes hojas del árbol, saqué el arco y coloqué una flecha con un silencio que ni el mismísimo lobo podría escuchar. Ahí estaba, era parte del árbol y la flecha era mi rama. Pude escuchar como mi acosador frenó en seco, se quedo quieto, mirando al frente, esperando a que me delatara la respiración. No es el momento, se que no debo malgastar una flecha, no en ese momento.
Estuve esperando a que se fuera. Pude estar escondida un par de horas en el más mínimo silencio. Me bajé del árbol y…
....Estaba en el suelo, pero en el suelo de la calle de piedra. Era de día y me estaba mirando una familia de japoneses, no se si raro, porque les daba el sol y su cara no tenía expresión alguna, pero me di la vuelta y eche a correr hacia mi casa. Mi hermano y mi padre estaban despiertos, desayunaban con los equipos a medio poner para nada más acabar coger la tabla y los esquíes y subir a la pista. Estaba demasiado confundida como para que me dieran envidia, y para colmo empezaban las preguntas incómodas: “¿De dónde vienes?” “¿Por qué vienes en pijama?” “¿Qué te ha pasado?” “¿Y no se te ocurre decirnos nada?”.
Después de este caótico encuentro me quedé en el salón frente al fuego…
…El fuego era lo suficientemente grande para poder entrar en calor y para no ser vista por cualquier depredador del bosque. Seguía habiendo luna llena. Qué preciosidad. “Lo que daría por que fuese solo mía” pensaba mientras me quitaba las plumas de la cabeza. Nunca me deshacía la trenza, no hasta me rindiese, símbolo de debilidad que haría desaparecer mi rubia trenza. No pretendía darle ese placer a nadie.
-Solo había una persona a la que le daría la oportunidad de hundirme… -Alzando la cabeza alcancé mi objetivo con mis ojos. Yo sabía que no llevaba mucho tiempo sobre la nieve, pero no lograba recordar exactamente donde estuve anteriormente. Despellejé a un conejo que había cazado poco antes y lo cociné para alimentar mi hambriento sistema. Mis brazos estaban llenos de cortes y, por suerte, mis botas de cuero estaban sobreviviendo mucho más que mis mocasines anteriores. Lo más inteligente sería buscar una manada de caballos y lograr capturar uno, pero en mis circunstancias y el clima era un tanto difícil encontrar caballos salvajes cerca. No me quedaba otra, tenía que hacer un trato. Me quedaban un par de días de viaje que, a caballo, se quedaría en uno y, si cumplía mi propósito, lograría llegar al mejor lugar del mundo.
Pero era demasiado tarde. De nuevo estaba frente al fuego de la casa. “No, no, no, no.” Pensé. Me levanté, busque mis plumas, mi ropa, hasta que caí en que lo que acababa de vivir era otro de mis episodios de esquizofrenia temporal. Me estaban matando.
Los pasos en el piso de arriba retumbaron por toda la casa como si no hubiera un mañana. Mi madre y mi hermano son iguales, no saben andar con sigilo, van aplastando todo el suelo que pisan, y con él los oídos de los restantes miembros de la familia.
Los pasos en el piso de arriba retumbaron por toda la casa como si no hubiera un mañana. Mi madre y mi hermano son iguales, no saben andar con sigilo, van aplastando todo el suelo que pisan, y con él los oídos de los restantes miembros de la familia.
-Buenos días madre –saludé de la forma más normal en mí para evitar sospechas. Estaba en ventaja, mi padre no había tenido ocasión de hablar con mi madre, tenía un par de horas para huir en paz.
-Raquel, hoy me iré a dar una vuelta por las tiendecitas de los productos artesanales, ¿te vienes? –De lo que menos ganas tenía era de ver las mismas tiendas por vigésima vez otra vez.
-Iré a tomar algo a la Terrasse, que por fin tengo un amigo.
-¿Ya has ligado? –El tono de su voz era tan misterioso que no sabía si hablaba consigo misma o con la pared de la ventana.
-No, es un amigo que me caía mal pero que… bueno, ya no me cae tan mal, y así no me aburro -logré salir de esa situación tan incómoda de la manera más sencilla posible - Adiós mamá, que te lo pases bien –Que era echando a mi propia madre a la calle para que fuera ya de compras, y resultó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario