sábado, 4 de enero de 2014

27 enanitos saben donde vivo.

       Como es lógico no le iba a contar a mis padres mi nuevo episodio de narcolepsia temporal que me estaba acompañando desde hace un par de días. Pero no hizo falta. Cuando bajé las escaleras hoy a mi madre dejar de trajinar por la casa y vi cómo aparecía por mi campo de visión, se plantaba ante la escalera con los brazos cruzados y me decía “¿Qué te paso anoche?”. Estaba cogida por los…tendones. No quería contárselo porque según todas las pruebas médicas no me ocurría nada y yo sabía que era temporal, y si se lo contaba a mi madre se iba a preocupar sin razón. Pero me encontraba en una situación en la que no podía escabullirme por algún lado, así que se lo conté.
      -Lo primero de todo quiero que no te preocupes.- Dije gesticulando con las manos  anteponiéndome a situaciones futuras de preocupación. –Verás, anoche…me asomé al balcón y me mojé un poco, y cuando entré me tumbé en la alfombra y ya sabes como soy… me quedo dormida por todos los lados…- Bueno, en el fondo no mentí.
      -Joder Raquel, ¿no se te ocurrió que podrías ponerte enferma?- Dijo con tono de madre preocupada.
     -En mis planes solo estaba tumbarme, lo de quedarme dormida fue improvisado –dije harta de que me pusieran límites y dramatizasen todo-, así que la próxima vez que me quede frita le diré a mi subconsciente que me lleve a la cama y me arrope.- Diciendo esto seguí mi camino a la cocina. Alcancé una taza donde ponía “hoy es un buen día”, solté una sonrisilla al leer la frase, y con la otra mano alcancé la leche, la cual no hacía falta meter en la nevera porque estando fuera se enfriaba. Eché la leche –como siempre derramando unas cuantas gotas por la encimera- y de seguido se unió el Nesquik. Abrí el ordenador, puse música y me puse a editar.
      Apenas habían pasado cinco minutos desde que me había sentado en el banco con los vídeos cuando desplacé el ratón hasta la raya azul que minimizaba mi tarea actual para abrir el Word. El cursor parpadeaba intentando llamar la atención para que empezase a escribir. En mi pecho había señal de querer salir aquello que estaba guardado, pero mi cabeza, tozuda, no dejaba. En ese momento se me ocurrió una idea dominada por mis impulsos. “Quiero verle”. Cerré el ordenador con todas las tareas a medio finalizar, y con prisas raras de mí me puse el abrigo, la mochila y con un “¡Adiós mamá!” salí rápidamente de la casa.
      El día era totalmente contrario al anterior. Hoy no había ninguna nube, y el cielo era de un azul tan puro que si te dignabas a mirar un buen rato tu mente empezaría a engañarte sobre si es real o un efecto. Incluso tenía calor. Hice una pausa y tras esta llevaba el abrigo colgado de la mochila y la sudadera a libertad vigilada.

      De casa al restaurante apenas había unos cinco minutos andando tranquilamente. Entre por la puerta del ventanal y me dirigí a las mesas redondas. Me encantaban esas mesas. Eran redondas y con sofá, la mesa suprema. Me despojé de mis enseres cuando recordé haber olvidado tomarme aquel apetitoso Cola-Cao que me prepare minutos antes. El sentarte y tener que levantarte a por tus pedidos daba un poco de pereza. Otra vez me entendí como pude para pedir un café en condiciones. Casi lo derramo llegando ya a mi mesa –en ese momento rogué no meter más la pata en lo que me quedaba de viaje- pero haciendo malabarismos rescaté todo el contenido de la taza, excepto una pequeña gota suicida. Ahora sí, ahora estaba preparada para escribir tranquilamente… solo necesitaba un empujón que no tardó en llegar. 
Como una sombra fugaz, apareció de pasada el chico de la plaza. Intercambiamos un saludo gratamente amistoso a distancia y en ese momento me sentí más a gusto todavía y comencé a escribir: “26 de Diciembre…”.
      Al cabo de un cuarto de hora de contar mi gran y aburrido día de ayer, cuando levanté la vista del ordenador ya no estaba en el restaurante.
      -No puede ser, no puede ser… no está pasando- me repetía mientras examinaba mis manos por ambas caras-, ¿dónde estoy?.- Que gran pregunta estaba haciéndome. Mis manos estaban entre pálidas y rojas, y mojadas, debía haber estado un buen rato apoyada en la nieve con mis manos desnudas. Cuando miré a mi alrededor volví a encontrarme con las mesas redondas y los sofás del café-restaurante. “Nuevo documento; Abrir”. No hubo tiempo para que el puntero se pusiera a parpadear sobre la nueva hoja en blanco de Word. Mis manos, esta vez tenuemente más cálidas, tecleaban cada recuerdo de ese doble que hacía poco daba vida a mis días. Lo escribía todo. Todo. Cada sensación, lo que sentía en ambos lados, cuando estaba en Luz y cuando estaba en alguna parte de un bosque nevado. Lo que veía, lo que captaban mis sentidos, desde el primero hasta el sexto que se me otorgó como mujer.
      Pocas veces mis manos han ido a tal velocidad. Qué bien se escribe cuando lo que te ocurre se libera por dentro. Yo lo dejé escapar, no es como los sueños, que dicen que si los cuentas en voz alta no se vuelven a repetir -por eso solo suelo contar los que no me importa no volver a tener-. Yo escribía y escribía y se me había olvidado completamente la hora, dónde estaba, quien pasaba o no a mi alrededor, la pareja que se estaba besando en la mesa de al lado… Y me dio por levantar los ojos de la pantalla un microsegundo. Vaya sorpresa, el chico de la plaza estaba prácticamente metiendo la cabeza en mi ordenador y yo ni me había dado cuenta. Podemos decir que se rió de mí en mi cara, pero intenté no pensar mal y dejársela pasar.
      -Qu'est-ce qu'écris-tu que vois-je tellement concentrée? - Dijo tan deprisa que solo me dio tiempo a escuchar la primera palabra.
      -Emmm… ¿Qué?
      -¿Que qué estás escribiendo que te veo tan concentrada? –Dijo esta vez mucho más despacio, se notaba que tenía que pensar en otra lengua. Miró hacia los lados, como mirando si andaba cerca el supervisor, y se sentó a mi lado, alternando la vista de la pantalla del ordenador a mi cara.
      -Estoy haciendo un trabajo para la universidad  – dije bajando un poco la pantalla- y me ha venido la inspiración. -Me sentía incómoda y no quería que leyera lo que escribía, pensaría pues que estaba loca.
      -¿Qué estás estudiando? –Y mantuvo sus ojos azules fijos en los míos con cara de intriga.
      - Comunicación Audiovisual –Dije devolviéndolo la mirada.- Cada año mejoran las asignaturas, pero las universidades públicas españolas son una basura y si no, van por el camino. ¿Tú haces algo? A parte de trabajar… digo.
      - Sí –dijo con su español directo y básico-, estudio una carrera de psí..co.. logique?
      -¿Psicología? –intenté echarle una mano. Pero en ese momento apareció un hombre tal alto y grande que podría pasar perfectamente por el Cheewaka sin pelo –ni en la cabeza-. Rápidamente el chico se levantó  mientras se disculpaba en francés y se giró hacia mí.
      -Te veo esta noche.
      Y con esas palabras y la canción de Bohemia Rapsody que sonaba en el restaurante, retorné la vista al ordenador y continué la interrumpida escritura.

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