Como
es lógico no le iba a contar a mis padres mi nuevo episodio de narcolepsia
temporal que me estaba acompañando desde hace un par de días. Pero no hizo
falta. Cuando bajé las escaleras hoy a mi madre dejar de trajinar por la casa y
vi cómo aparecía por mi campo de visión, se plantaba ante la escalera con los
brazos cruzados y me decía “¿Qué te paso anoche?”. Estaba cogida por
los…tendones. No quería contárselo porque según todas las pruebas médicas no me
ocurría nada y yo sabía que era temporal, y si se lo contaba a mi madre se iba
a preocupar sin razón. Pero me encontraba en una situación en la que no podía
escabullirme por algún lado, así que se lo conté.
-Lo
primero de todo quiero que no te preocupes.- Dije gesticulando con las manos anteponiéndome a situaciones futuras de
preocupación. –Verás, anoche…me asomé al balcón y me mojé un poco, y cuando
entré me tumbé en la alfombra y ya sabes como soy… me quedo dormida por todos
los lados…- Bueno, en el fondo no mentí.
-Joder
Raquel, ¿no se te ocurrió que podrías ponerte enferma?- Dijo con tono de madre
preocupada.
-En mis
planes solo estaba tumbarme, lo de quedarme dormida fue improvisado –dije harta
de que me pusieran límites y dramatizasen todo-, así que la próxima vez que me
quede frita le diré a mi subconsciente que me lleve a la cama y me arrope.-
Diciendo esto seguí mi camino a la cocina. Alcancé una taza donde ponía “hoy es
un buen día”, solté una sonrisilla al leer la frase, y con la otra mano alcancé
la leche, la cual no hacía falta meter en la nevera porque estando fuera se
enfriaba. Eché la leche –como siempre derramando unas cuantas gotas por la
encimera- y de seguido se unió el Nesquik. Abrí el ordenador, puse música y me
puse a editar.
Apenas
habían pasado cinco minutos desde que me había sentado en el banco con los
vídeos cuando desplacé el ratón hasta la raya azul que minimizaba mi tarea
actual para abrir el Word. El cursor parpadeaba intentando llamar la atención
para que empezase a escribir. En mi pecho había señal de querer salir aquello
que estaba guardado, pero mi cabeza, tozuda, no dejaba. En ese momento se me
ocurrió una idea dominada por mis impulsos. “Quiero verle”. Cerré el ordenador
con todas las tareas a medio finalizar, y con prisas raras de mí me puse el
abrigo, la mochila y con un “¡Adiós mamá!” salí rápidamente de la casa.
El día
era totalmente contrario al anterior. Hoy no había ninguna nube, y el cielo era
de un azul tan puro que si te dignabas a mirar un buen rato tu mente empezaría
a engañarte sobre si es real o un efecto. Incluso tenía calor. Hice una pausa y
tras esta llevaba el abrigo colgado de la mochila y la sudadera a libertad
vigilada.
De
casa al restaurante apenas había unos cinco minutos andando tranquilamente.
Entre por la puerta del ventanal y me dirigí a las mesas redondas. Me
encantaban esas mesas. Eran redondas y con sofá, la mesa suprema. Me despojé de
mis enseres cuando recordé haber
olvidado tomarme aquel apetitoso Cola-Cao que me prepare minutos antes. El
sentarte y tener que levantarte a por tus pedidos daba un poco de pereza. Otra
vez me entendí como pude para pedir un café en condiciones. Casi lo derramo
llegando ya a mi mesa –en ese momento rogué no meter más la pata en lo que me
quedaba de viaje- pero haciendo malabarismos rescaté todo el contenido de la
taza, excepto una pequeña gota suicida. Ahora sí, ahora estaba preparada para
escribir tranquilamente… solo necesitaba un empujón que no tardó en llegar.
Como una sombra fugaz, apareció de pasada el chico de la plaza. Intercambiamos
un saludo gratamente amistoso a distancia y en ese momento me sentí más a gusto
todavía y comencé a escribir: “26 de Diciembre…”.
Al
cabo de un cuarto de hora de contar mi gran y aburrido día de ayer, cuando
levanté la vista del ordenador ya no estaba en el restaurante.
-No
puede ser, no puede ser… no está pasando- me repetía mientras examinaba mis
manos por ambas caras-, ¿dónde estoy?.- Que gran pregunta estaba haciéndome.
Mis manos estaban entre pálidas y rojas, y mojadas, debía haber estado un buen
rato apoyada en la nieve con mis manos desnudas. Cuando miré a mi alrededor
volví a encontrarme con las mesas redondas y los sofás del café-restaurante.
“Nuevo documento; Abrir”. No hubo tiempo para que el puntero se pusiera a
parpadear sobre la nueva hoja en blanco de Word. Mis manos, esta vez tenuemente
más cálidas, tecleaban cada recuerdo de ese doble que hacía poco daba vida a
mis días. Lo escribía todo. Todo. Cada sensación, lo que sentía en ambos lados, cuando estaba en Luz y cuando estaba en alguna
parte de un bosque nevado. Lo que veía, lo que captaban mis sentidos, desde el
primero hasta el sexto que se me otorgó como mujer.
Pocas veces mis manos han ido
a tal velocidad. Qué bien se escribe cuando lo que te ocurre se libera por
dentro. Yo lo dejé escapar, no es como los sueños, que dicen que si los cuentas
en voz alta no se vuelven a repetir -por eso solo suelo contar los que no me
importa no volver a tener-. Yo escribía y escribía y se me había olvidado
completamente la hora, dónde estaba, quien pasaba o no a mi alrededor, la
pareja que se estaba besando en la mesa de al lado… Y me dio por levantar los
ojos de la pantalla un microsegundo. Vaya sorpresa, el chico de la plaza estaba
prácticamente metiendo la cabeza en mi ordenador y yo ni me había dado cuenta.
Podemos decir que se rió de mí en mi cara, pero intenté no pensar mal y
dejársela pasar.
-Qu'est-ce
qu'écris-tu que vois-je tellement concentrée? - Dijo tan deprisa que solo me
dio tiempo a escuchar la primera palabra.
-Emmm…
¿Qué?
-¿Que
qué estás escribiendo que te veo tan concentrada? –Dijo esta vez mucho más
despacio, se notaba que tenía que pensar en otra lengua. Miró hacia los lados,
como mirando si andaba cerca el supervisor, y se sentó a mi lado, alternando la
vista de la pantalla del ordenador a mi cara.
-Estoy
haciendo un trabajo para la universidad – dije bajando un poco la pantalla- y me ha
venido la inspiración. -Me sentía incómoda y no quería que leyera lo que
escribía, pensaría pues que estaba loca.
-¿Qué
estás estudiando? –Y mantuvo sus ojos azules fijos en los míos con cara de
intriga.
-
Comunicación Audiovisual –Dije devolviéndolo la mirada.- Cada año mejoran las
asignaturas, pero las universidades públicas españolas son una basura y si no,
van por el camino. ¿Tú haces algo? A parte de trabajar… digo.
- Sí –dijo con su español directo y básico-,
estudio una carrera de psí..co.. logique?
-¿Psicología? –intenté echarle una mano. Pero en ese momento apareció un
hombre tal alto y grande que podría pasar perfectamente por el Cheewaka sin
pelo –ni en la cabeza-. Rápidamente el chico se levantó mientras se disculpaba en francés y se giró
hacia mí.
-Te
veo esta noche.
Y con
esas palabras y la canción de Bohemia Rapsody que sonaba en el restaurante,
retorné la vista al ordenador y continué la interrumpida escritura.
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