jueves, 16 de enero de 2014

El hasta pronto desde Madrid.


      Eran las 7:00 a.m. Es costumbre en esta familia comenzar pronto los viajes, puesto que solemos elegir los destinos más largos posibles. Nos esperaba por delante un camino de 8 horas en coche,  y lo peor de todo, aguantando a mi hermano y a mi perro. Yo no podía dejar de pensar en que nos íbamos. Había intentado convencer a mis padres de quedarnos un día más, e incluso los dueños de la casa nos incitaban a ello, puesto que les habíamos caído muy bien, pero se negaron porque mi padre trabaja mañana y no era posible. Aún así yo me hubiera quedado. Solo por Eme, porque no quería despegarme de una persona tan especial.  

      Una vez cargado el coche con todas las maletas el viaje empezaría en cualquier momento. Mi padre llevó el coche a la plaza, donde aparcaba todos los días. La plaza, el portal, la puerta, Eme. El nerviosismo puro y duro. No estuvimos ni 5 minutos, lo justo para que, cuando dio marcha atrás para retomar la carretera principal del pueblo, pudiera reconocer una figura que salía por la puerta. 
      La sonrisa que surgió en mi cara y aún persiste, es parte de él aquí en Madrid y la recordaré todos los días. Pero en el último momento en el que le vi, también se me grabaron sus ojos, su pelo, su acento, le tenía totalmente grabado y no le pensaba olvidar. 
      Una vez pasados los preciosos parajes de la ciudad de Lourdes, llenos de nobles castillos e iglesias de piedra al más puro estilo francés clásico, cerré los ojos con la sonrisa en la cara.

      Ya no podía percibir cómo caía la Luna, pero me lo imaginaba en mi mente. Jorah estaba en la misma celda que yo, ambos a salvo y medio sanos. Me habían arrebatado el arco, mis flechas y a él, por segunda vez. Tenía que salir de ahí, por todos, por Moo y por Jorah, por lo que ideamos un sencillo plan de escape. 

      Todas las mañanas, un maestro de llaves nos traía la comida a Jorah y a mí. Aprovechando el desastre del hombre, conseguimos escapar sin el mínimo problema. El maestro se quedó bien amordazado en lo que fue nuestro hogar durando días que parecieron meses.  En los pasillos pudimos escuchar los gritos de Moo, los reconocí al instante y, prácticamente intuitivo seguí su voz. Cuando me di la vuelta Jorah había desaparecido. Me quedé quita, esperando, siendo parte de la oscuridad. Al cabo de un rato apareció mi compañero de viaje, y no iba solo. Se había armado con todas las armas que llevaba cuando nos capturaron y, gracias a dios, con mi arco y mi carcaj. Me tendió los objetos con media sonrisa y con un noble gesto de cabeza le agradecí aquella acción. 
      No perdimos el tiempo, continuamos con nuestra carrera, ambos en guardia máxima en cada esquina con la que  topábamos, hasta que dimos con la habitación donde Moo gritaba a medio silencio.  Allí estaba Tristán, su padre de sangre, sangre de su sangre, clavándole cuchillos al joven muchacho. No lo pensé dos veces, cargué el arco.
      - Ni un movimiento, o rasgo tus músculos de la forma más dolorosa posible.

      Pero la advertencia no le sirvió de mucho, consiguió deshacerse de mi disparo. Antes de darme tiempo a cargar de nuevo el arco se abalanzó sobre Jorah produciéndole un corte que se extendía desde el tórax hasta la zona lumbar. El hombre aguantó la compostura y cayó de rodillas. No había tiempo. Tristán había salido por la puerta de la celda. Corría como corre un cobarde. Le disparé en un a pierna para evitar que escapara.
      -Tienes segundos para convencerme de no matarte. Libraría al mundo de un ser tan despreciable como tú, mataniños, asesino.
       - Con mi propio hijo puedo hacer lo que quiera. Arneo lo probó, nadie quedará de lado por el paso de mi territorio -El hombre se levantó e intentó apuñalarme de lleno el diafragma, pero solo consiguió hacerme un profundo corte, no si pagar las consecuencias. Mi arco tensado se relajó de golpe y la flecha voló directa hacia el corazón del asesino, el hombre que es capaz de matar a su propio hijo y el cual mataría a su otro hijo. Me acerqué al cadáver y le saqué la flecha del corazón.
      Mis pasos eran calmados, destinados a llegar donde Jorah quedó herido y Moo atado. Cuando llegué Jorah se encontraba de pie con parte de tela sobre la heridia producida por la daga. Una vez asegurada su salud, me giré hacia Moo. Con el arco en una mano y la otra ensangrentada agarrando la flecha, me quedé plantada frente a él. Sus ojos azules me miraban con muestra de gratitud. Elevé mi mano y le ofrecí la flecha. Cogió la flecha y me abrazó. Por fin en sus brazos, nunca más nos volvería a separar,


      El móvil sonó estrepitosamente dentro del coche y me despertó de aquel... sueño. Un mensaje... de Eme.
"Forever Young, y me encanta Madrid. Gracias por encontrarme. Moo"
No pude evitar contestar al instante, ya le echaba de menos.


"Don't forget who you're. Me has hecho adorar Francia. Guarda mi flecha...
....Kwekuatsu".

lunes, 13 de enero de 2014

El 29 de Diciembre.

      Era nuestro último día en Francia. Todo era rutina: mi hermano y mi padre a esquiar. Mi madre y yo  en el pueblo. Lo extraño de aquel día fue que no tuve ninguno de mis sueños. Solo recuerdo alguna vez la canción en mi cabeza, pero parece como si se hubiera si la calma hubiera llegado finalmente, y no me gustaba, significaba que algo iba mal. Respecto a Eme… no le volví a ver desde la pasada tarde, pero de repente me llegaban mensajes al móvil con chistes en francés. Tardé en darme cuenta que el chiste, en realidad, era que no entendía nada de lo que me decía. Era sábado y hacía un frío increíble. No había ningún plan para hoy, excepto ir a cenar a una bolera. Me aventuré a preguntar a mis padres si les importaba que se viniera Emerick a cenar con nosotros. Pensé que a mi hermano le caería bien, eran casi igual de nerviosos, y a mis padres les gustaría por lo mismo. Como no, me arriesgué a las típicas preguntas de si era mi novio, si me gustaba… chorradas varias, pero espero que haya quedado aclarado que es un amigo que, por desgracia, se quedaría aquí, tan lejos de Madrid, dentro de un día.

      Decidí ir a buscarle y proponerle el plan para esta noche. Le vi por fuera de la cristalera, no paraba quieto. Qué velocidad llevaba de aquí para allá, bandeja arriba y abajo.

      - Un vaso de agua, por favor –pedí aprovechando que me daba la espalda. Cuando se dio la vuelta y vio que se trataba de mí, puso una extraña cara y sonrió bajando la mirada hacia abajo. Vi como rellenaba un vaso de agua que me puso encima de la barra con cara de orgullo-. Tengo una proposición.
      - ¿Ya te quieres casar conmigo? –soltó de improvisto poniendo cara de interesante.
      - Todavía no, pero te propongo algo mejor –Eme puso los cinco sentidos en mis palabras-. Esta noche voy a cenar con mi familia a la bolera. ¿Te apuntas? No quiero presionar, si fuéramos pareja no te presentaría a mis padres.
      - Acepto, pero iré por tu hermano, que me cae mejor que tú –confesó. Me guiñó uno de sus azules ojos y salió de la barra para seguir trabajando.
      -¡A las 20:00 en mi casa, tú calle hacia abajo, el número 7!

      La casa estaba llena de zapatillas, mi madre empezaba a tener la locura premaleta, y nosotros a sufrir las consecuencias. Raquel por aquí, Jaime por allá, y llamaron a la puerta justo a tiempo.

      Creo que mi amigo les cayó muy bien, por un momento pensé que le adoptarían en mi familia, pero fueron falsas ilusiones. Cuando salimos del restaurante y tras haber echado una partida, Eme y yo nos quedamos un rato dando una vuelta. Subimos al castillo del otro día, ambos cargados con nuestra música y con ella silencios que sabíamos que acabarían con una amarga despedida. Amarga en el sentido en que nadie quiere empezarla, y mucho menos acabarla.
      -Creo que es hora de hablar de los sueños –elegí como tema principal, era el más adecuado sabiendo lo que ocurrió la otra vez-. Bueno, hace un día que no he vuelto a tener ningún sueño…
      - Yo tampoco- Interrumpió Eme.
      -… El caso es que tengo miedo. Se que pueden ser solo sueños, pero cada vez que los tengo es como si completase parte de mi vida. Soy yo, y lo sé. Y también sé quién eres. Y creo que te conozco de antes. Por eso estoy tan a gusto contigo, por eso sabes mi nombre, no entiendo nada, pero solo se que no quiero volver a separarme de ti. No puedes ser un mero pasajero en esta historia, ojala jamás me fuera de aquí, pero en una hora nuestro tiempo acaba y espero que no sea para siempre.
      Atónito al verme en una posición como no me habría imaginado, se quedó quieto, mirándome con esos ojos azules. Esta vez no sonreía, pero se podía ver en su rostro la buena persona que es. Simplemente estuvimos juntos ese tiempo que nos quedaba. Bromas, música, la luna sobre el pueblo y la hora llegó. 
      Caminamos lentamente hasta mi casa. Cuando llegamos allí, me giré hacia el y nos quedamos sin palabra alguna. Eme se acercó y me refugió entre sus brazos cubiertos por la chaqueta. Le abracé como abrazo a las personas importantes en mi vida. De hecho, el mismo hecho de abrazarle, representaba el cariño que le tenía. Nos despegamos el uno de otro, y sin querer irme, me quedé ahí plantada. No quería dar ningún paso que supusiera el final. El se acercó y me besó en la mejilla. No quería nada más.


      -C’est n’est pas une Au Revoir, es un hasta luego- le dije al oído, y le devolví el beso de despedida. Después de esto, nos sonreímos, me hizo una broma estúpida en francés y me di la vuelta, grabando, mientras caminaba hacia la verja de mi casa, esos ojos y esa sonrisa, y ese nerviosismo que me ha dado mi mejor Navidad en muchos años.

sábado, 11 de enero de 2014

Anikuni ayúdanos a dormir.

      Estaba en dos lugares distintos pero al mismo tiempo. El fuego en común, dos ojos para dos vidas totalmente distintas con una historia en común. En mi cabeza, en la casa, comenzó a sonar la canción Anikuni, la canción que más me gustaba cuando, en las  noches de verano, en los Picos de Europa, en torno a una gran fogata, cantaba junto a los scouts bajo un cielo abierto y estrellado.
      Mientras tanto, al otro lado del fuego, en algún lado oscuro con la compañía de Jorah, cantaba la canción a plena voz, como si se llevara todo el mal y nos guardase refugio en un poco de calma.

En las noches
Cuando la luna
Como plata se eleva
Y la selva ilumina
Y también la pradera
Viejos lobos de la tribu
Cantan al Gran Espíritu
Al Espíritu del Fuego

anikuni uauani
ua ua ua
nika ua ua ua
era la uni …mi si mi
era la uni  …mi si mi
anikuni...  anikuni...  anikuni..

uuuooo
Ani kuni Shaauani
Ani kuni Shaauani
Awa wa wa bi ka na Kaina
Awa wa wa bi ka na kaina
Eea uni bi si ni
Eea uni bi si ni

¡Oh Padre Universo, Expande tu Divinidad!
¡Oh Madre Tierra, sana mi alma!
Brilla la Luna, brilla el Sol
Borra en mi sangre todo dolor
Renueva mi vida hacia el resplandor,
Donde el Fuego flamea hacia la inmensidad.

La Luz Divina flota en el aire
Dispersando sus semillas por el valle
El silencio cae en la tarde
El Gran Espíritu vuelve a saludarte

Dentro de tu corazón yacen benditas llamas
Donde el cristo emana su misericordiosa bendición
Sumergido en una antorcha envolviendo tu cuerpo
Transmutando tu vida para la salvación del alma

Bendito sea el que viene
para traer la gloria del cielo
Nosotros devotos nos envolvemos en su fuego.

Breve traducción del coro.
Cuando atardece en el pueblo indio
Cuando atardece en el pueblo indio
El chaman trae bendiciones en el valle
El chaman trae bendiciones en el valle
¡Ahí viene con el fuego!

¡Ahí viene con el fuego!

jueves, 9 de enero de 2014

A tomar por culo el 28.

      Solo recuerdo despertarme a las siete de la tarde, de noche, apoyada sobre un chico moreno que también dormía. Tenía los muslos tensos de agarrarme a algo. En mi sueño, había llegado a un lugar importante, pero no sabía dónde, por muy familiar que me fuese. Decidí que era hora de despertar a Emerick.
      - Eme…- dije acariciándole el hombro de forma cautelosa-, Eme… ¡Eh!- el pequeño grito hizo que se despertase, pero no se sobresaltó lo más mínimo.
      - He soñado una cosa muy rara. Continuaba otros sueños anteriores, pero este ha sido especial.
      - A mí me ha pasado lo mismo, así que ya estás contándome- le dije con toda mi atención.
      - Estaba en una especie de castillo rodeado por una muralla y cubierto de nieve. Estaba encerrado en una habitación de piedra cuando entró el que supuestamente era mi padre en el sueño. Aparecían dos sombras a las cuales llevaba esperando años, las dos montando en caballo –intentaba defenderse en el castellano lo mejor que podía, y lo conseguía-, un hombre y una chica. Pero aparecía mi padre y me raptaba… o algo similar. Me llevó a una habitación parecida a una mazmorra, estaba todo oscuro, pero podía oír gracias al eco los golpes que daban a los visitantes. Estaba aterrado. La sensación que tenía, y que me sigue durando, era mucha rabia, impotencia de querer hacer algo y no saber el qué. Les tendieron una trampa Raquel…
      - ¿Cómo sabes mi nombre?-me decidí a preguntar.
      - No lo sabía, me sonabas por otro nombre, al intentar decírtelo la otra noche me salió el tuyo, pero no me di cuenta hasta minutos después de que había dicho un nombre involuntariamente. Me acaba de pasar.
      - ¿Cómo es que no sabía tu nombre?
      - Claro que lo sabes, sabes por el que me llaman en mi sueño. Eme.
      - Sigue sin tener sentido, no te he visto nunca… y mis sueños, mis sueños no tienen más importancia de la que le da mi subconsciente.
      - En mi sueño me llamo Moo.
      - Y yo… -no pude acabar porque Eme se levantó rápidamente ante la presencia de alguien. El contraluz de la luna mostraba una figura femenina, adulta, de una estatura normal. La figura comenzó a hablar en un francés agresivo mientras se iba acercando a mi amigo. Nunca le había visto tan serio. Entonces el rostro de la mujer quedó iluminado por el reflejo de luz. Era un rostro bonito, no se le veía muy mayor. Este se giró hacia mí. Su voz se calmó, pero me habló en francés. Mire a Eme con la intención de comprender qué pasaba, pero no abrió la boca. Sin levantar la vista recogió sus cosas y cuando dio un paso tras su madre –conseguí entender la palabra mère- giró sobre sus pasos y me dio un beso en la mejilla. No entendía nada.
      Había recibido demasiada información importante en muy poco tiempo. Lo más sensato fue volver a casa. Llegué a tiempo para que dentro de una hora fuéramos a cenar fuera.

      Toda la noche estuve deseando volver a casa y meterme en la cama y, cuando ocurrió tal cosa, me encontré un papel en el bolsillo en el que había un número y una “M”. Comprendí que aquella tarde había presenciado una pelea familiar y que disimuladamente me había dado la manera de poder ponerme en contacto con el discretamente. Solo envié un mensaje: “Suis Raquel, espero que estés bien, buenas noches”. Hace una hora aproximadamente, unos 40 minutos tras enviar ese mensaje, recibí la contestación:
 “Safe and Sound en los cascos. Bonne nuit petite plume”. 

miércoles, 8 de enero de 2014

Eterno 28 de mi decimonoveno Diciembre.

      Sería mejor que llegasen pronto las cuatro. Mi mañana con mi madre se basó en hacer fotos y pintar el mantel con el bolígrafo. Comimos pronto, unos spaghettis a la carbonara que me salieron de muerte –y no literalmente- con bacón. Ni que decir quede que comí tanto que pensé que explotaría de un momento a otro. Pero la idea más inteligente que se me ocurrió fue poner Los cinco magníficos y ver a mi querido Steve McQueen, ese actor con el que me embobaba a la hora de comer potitos. Esto sí que es amor, y más cuando aparece en las escenas de acción interpretándolas él mismo, me encanta que hagan eso lo actores.
      Pero no duré mucho. Con el sueño que llevaba aquellos días me quedé dormida después de 20 minutos de película, menos mal que ya la había visto un par de veces.

      Creo recordar que el reloj marcaba las 14:02 la última vez que lo miré, pero donde me hallaba estaba amaneciendo. Podía notar un ligero calor que sustituía a la apagada fogata. Me quité las pieles que me cubrían completamente, puesto que no era difícil cubrir 1’56 metros de largo encogidos. El carcaj y el arco estaban conmigo bajo la piel, no podía arriesgarme a que se mojaran y se acartonase la madera. Descubrí un camino cercano a donde había pasado la noche. No tardé mucho en encontrarme un campamento, pequeño, pero con los suficientes recursos como para abastecerme al menos un par de días.
      Mi propósito era encontrar un caballo que agilizase mi marcha, para llegar hasta mi objetivo antes que cualquiera que tuviera planeado llegar también. Los caballos los tenían en una pequeña cuadra provisional entre árboles y cuerdas simulando las vallas. Últimamente la gente era muy hostil con gente como yo. Lo sabía, y podía intuir la dificultad de conseguir un caballo honradamente.
      Entré al salón y todo el allí presente se giró y se quedó mirándome fijamente, con descaro que me parecía normal. Me acerqué a la barra de la forma más civilizadamente y, sin saber cómo, sabía cómo desenvolverme en lugares como ese.
      - Ginebra y  ayuda- pedí directamente al camarero-. Vengo buscando hacer un trueque, un caballo para mi viaje y ofrezco mi servicio como seguridad personal del jinete que me ofrezca el caballo – mi habla era impecable a pesar de llevar tanto tiempo sin hablar aquel idioma. Me sacó un vaso y relleno parte de él con ginebra casera. Se apoyó en la barra con un codo mientras sujetaba la botella y dijo
      - Creo posible la primera fase, la segunda, viendo la cara del personal, la veo un poco más difícil. ¿Te has visto? Los de tu especie no suelen ser bienvenidos por mucha gente, y más peligro tienes siendo mujer- Terminó de usar la botella y la colocó tras él en el mueble con el resto de bebidas.
      - El peligro es cosa mía, necesito tu ayuda para una noche y un jinete- dije de forma cortante. En un momento de vacilación el tiburón puede comer al pez globo, pero no sabe que se ha comido al pequeño pez equivocado. Aún así note tras mi espalda el revuelto de mi llegada. La gente comenzó a chismorrear. Las señoras con sus vestidos y sombrillas hacían más escándalo que los hombres, mientras que estos se miraban entre ellos. Risas, burlas, hombres rodeándome y yo bebiendo.
      - Lo intentaré, pero no prometo nada pequeña plúmera.

      ¿Estaba soñando con la película? No me cuadraba, parecía continuar el sueño anterior. Miré el reloj y eran las 15:40. Deseaba que no hubiera planes esa tarde. Aún así, con el tiempo que tardaban los varones de la casa –sin contar con el perro- en ducharse al volver de la jornada de esquí me daba tiempo a hacer todos los planes que quisiera. Cogí mi iPod, el pendrive de Eme y sus cascos y me despedí de mi madre, que estaba también dormida en el sofá. A las 16:00 salió uno de los compañeros del chico, y acto seguido salió este.
      -¿No tienes vida en este pueblo como para perder tu tiempo conmigo?- La pregunta salió por mi boca de forma medio inconsciente, puesto que era lo que estaba pensando pero lo solté en voz alta.
      - Si perder mi tiempo significa invertirlo con una madrileña que se quedó a ver una película de madrugada y con frío a la puerta de mi casa…sí, me gusta perder el tiempo contigo – dijo de una forma muy natural. Me bastó esa respuesta, puesto que no buscaba alguna en un principio y a mí me gustaba su manera de perder el tiempo. Pero tenía miedo que a parte de mi boca mi sueño me traicionara.
Fuimos al Château de St Maire, que más que un castillo era el balcón de lo que una vez fue un pequeño fortín desde el que se veía todo el valle de St-Sauveur. Nos sentamos en la piedra frente a aquel panorama. No era la primera vez que subía ahí, ya estuve cuando investigué al poco de llegar a Francia, pero parecía distinto con el ambiente actual. Esta vez decidí adelantarme y ponerle uno de mis cascos. Aquel paisaje con Young and Beautiful de Lana del Rey quedaba más gracioso aún. Me recordaba a The Great Gatsby, y me encantaba. A Eme también le gustó, oí cómo susurró “incredible” mirando hacia el frente. Cuando acabó la canción sacó tranquilamente su ordenador. Le puse en las manos el pendrive y lo conectó para abrir la película de anoche. Quedaba una hora de grandes papeles y reflexiones. Con la confianza que tienen dos personas que son amigas desde pequeñas, nos apoyamos el uno en el otro acomodándonos y dio comienzo el curioso cine improvisado.
      Las montañas habían desaparecido, solo había cuatro paredes de madera y un colchón en el suelo. De repente llamaron a la puerta. Mis pies descalzos se dirigieron hacia donde estaba la puerta, que se abrió y apareció un curioso hombre. Parecía sacado de la Edad Media pero con vestimenta vaquera. Medía 2 cabezas más que yo, con barba y un pelo recortado, sin dar la sensación de pérdida de pelo. Se le notaba que podría tener unos 40 años, mal aparentados, puesto que estaba en buena condición física. Con una mirada inexpresiva se adentró en mis aposentos.
    - Soy vuestro jinete, pequeña plúmera- me llamó de la misma forma que hizo el camarero-. Tengo un caballo de más y me dirijo al Oeste. Tu apariencia engaña, lo se, me vendría bien tu ayuda. Me llamo Jorah- se peinó el rubio cabello mientras me tendía la mano.
      - Kwekuatsu.


  

martes, 7 de enero de 2014

Oye, que sigue siendo 28.

      Mis ganas de continuar viendo “La vie d’Adèle” eran superiores a mí. La rutina para salir a la calle varió. Esta vez no hacía falta que llevara mis botas porque no llovía, simplemente me puse las botas de montaña y un abrigo más pequeño que las veces anteriores.  Llegué a la cafetería con mi ordenador y mi poca capacidad creativa de escribir y me quedé mirando fijamente al teclado, como si no hubiera un mañana, como si las teclas me estuvieran contando la historia más interesante jamás contada, como si el blanco sucio de las letras hipnotizara. Y en ese momento solo pude pensar en cosas bonitas sobre las teclas. ¿Qué curioso verdad? Como algo tan simple y cotidiano –hoy en día- era capaz de hacerme pensar como tanto me costaba. Esa parte creativa que todos tenemos dentro estaba saliendo, y yo se que en la forma más cutre, pero me puse a escribir. La hoja de reflexión se llamaría “Qué curioso el poder de una tecla” y comienza así.
      Llámalo karma, llámalo destino o llámalo suerte de no escribir tal atentado poético, pero vino Eme a tiempo para cortarme el empezar a escribir. Me gustaba ese chaval, me gustaba de modo que me caía bien. Siempre iba con una sonrisa, o al menos siempre que te miraba te la dedicaba, no se si sería gajes del oficio o simpatía natural, pero ver  sonrisas como aquella desde por la mañana te da fuerzas. Se sentó con gracia en el sillón incluso echándome un poco de mi sitio frente al ordenador y clavó sus ojos azules en la pantalla.
      - Mierda –se me escapó ligeramente cuando pensé en que iba a ver la paranoia de las teclas que me había interrumpido-.
      - ¿No tienes nada más interesante que hacer que escribir sobre teclas de ordenador? –dijo, y sin más se fue. Qué manía la de irse de repente, descolocaba, me gustaba, porque sabía que volvería, y estaba en lo cierto, apareció con un pendrive  y unos cascos. Sin más dilación me puso un casco en la oreja –no sin antes preguntarme por la dilatación, cosa que hace todo el mundo cuando desaparece algo de pelo de mi cara- y metió el aparato en el ordenador. Todo en francés, ya le iba pillando el gusto a la lengua. En ese momento empezó a hablar en bajo en su idioma, como maldiciendo al ordenador por no reconocer el USB. Ahora me gustaba más el francés que minutos antes. Debió verme sonreír cuando estaba enfadado, porque paró inmediatamente.
      - No pares, la primera vez que te conocí me gritaste en francés. Si maldices en susurros me gusta mucho más– dije a forma de alago y de mofa. Finalmente consiguió abrir el archivo que me quería enseñar. En la carpeta musique  seleccionó un par de canciones.
      - Escribe, esto te gustará. Y espérame- Me puso el otro casco y se fue colocándose el uniforme. En los cascos comenzó a sonar Champagne Supernova de Oasis. Es de esas canciones que relajan a las bestias. Mi inspiración apareció, y no eran las teclas mi musa. La verdad es que no se quién fue mi musa, si la canción o Eme. La siguiente canción era totalmente francesa, su título era Petit Français. La verdad es que con lo que estaba sonando ya entendía de  donde venía la sonrisa que llevaba el chico gran parte del día.  La sorpresa fue cuando apareció  Hakkuna Matata en la lista de reproducción. Solo me dio tiempo a escuchar la mitad de Passenger de Iggy cuando se sentó y me quitó un casco para ponérselo él. Se quedó mirando la pantalla.
      - Veo que te ha ayudado bastando- comentó al ver una hoja completamente escrita-, el siguiente paso es que me dejes leerlo.
      - No le piadas peras al olmo- y antes de que Eme dijera algo me fijé en su cara que no entendió lo que dije-, quiero decir, que tiempo al tiempo.
      - Pues espero que no te vayas pronto.
      Giré la cabeza y desvié la mirada hacia abajo. Yo no quería volver  Madrid, y meno a Aranjuez. Y dolía más cuando me lo decía Eme.
      - ¿Cuándo acabaremos con Adèle?- solté para romper un poco el amargo ambiente que se había quedado.
      - Hoy solo trabajo hasta las 16:00, si estás dispuesta mi ordenador también lo estará- sonriendo, como no.
      - Dalo por hecho- Y tras esto se levantó y desapareció, me dejó los cascos y su USB con música. Yo mientras cerré el ordenador y me quedé un rato pensativa. Vuelta a casa. Abrigo, mochila y salí por la puerta. Hacía un poco más de frío que antes y decidí darme un poco de vida para llegar a casa lo antes posible.

      

lunes, 6 de enero de 2014

28 aquí, 28 allá, qué más da.

      De un momento a otro me empezarían a fallar las piernas. El aire que entraba por mis pulmones era tan frío que parecía que tenía el pecho en carne viva. Saltaba las raíces de los árboles con la agilidad de un animal humano. De milagro vi acercarse una rama lo suficientemente ancha y alta como para saltar. No di tiempo alguno a que mis pies se quedaran al aire. Seguí escalando las ramas nevadas sabiendo que podría caerme y que perdería todo. A una altura considerable, donde me escondían las perennes hojas del árbol, saqué el arco y coloqué una flecha con un silencio que ni el mismísimo lobo podría escuchar. Ahí estaba, era parte del árbol y la flecha era mi rama. Pude escuchar como mi acosador frenó en seco, se quedo quieto, mirando al frente, esperando a que me delatara la respiración.  No es el momento, se que no debo malgastar una flecha, no en ese momento.
      Estuve esperando a que se fuera. Pude estar escondida un par de horas en el más mínimo silencio. Me bajé del árbol y…

      ....Estaba en el suelo, pero en el suelo de la calle de piedra. Era de día y me estaba mirando una familia de japoneses, no se si raro, porque les daba el sol y su cara no tenía expresión alguna, pero me di la vuelta y eche a correr hacia mi casa. Mi hermano y mi padre estaban despiertos, desayunaban con los equipos a medio poner para nada más acabar coger la tabla y los esquíes y subir a la pista. Estaba demasiado confundida como para que me dieran envidia, y para colmo empezaban las preguntas incómodas: “¿De dónde vienes?” “¿Por qué vienes en pijama?” “¿Qué te ha pasado?” “¿Y no se te ocurre decirnos nada?”.
      Después de este caótico encuentro me quedé en el salón frente al fuego…

      …El fuego era lo suficientemente grande para poder entrar en calor y para no ser vista por cualquier depredador del bosque. Seguía habiendo luna llena. Qué preciosidad.  “Lo que daría por que fuese solo mía” pensaba mientras me quitaba las plumas de la cabeza. Nunca me deshacía la trenza, no hasta me rindiese, símbolo de debilidad que haría desaparecer mi rubia trenza. No pretendía darle ese placer a nadie.
      -Solo había una persona a la que le daría la oportunidad de hundirme…  -Alzando la cabeza alcancé mi objetivo con mis ojos. Yo sabía que no llevaba mucho tiempo sobre la nieve, pero no lograba recordar exactamente donde estuve anteriormente. Despellejé a un conejo que había cazado poco antes y lo cociné para alimentar mi hambriento sistema. Mis brazos estaban llenos de cortes y, por suerte, mis botas de cuero estaban sobreviviendo mucho más que mis mocasines anteriores. Lo más inteligente sería buscar una manada de caballos y lograr capturar uno, pero en mis circunstancias y el clima era un tanto difícil encontrar caballos salvajes cerca. No me quedaba otra, tenía que hacer un trato. Me quedaban un par de días de viaje que, a caballo, se quedaría en uno y, si cumplía mi propósito, lograría llegar al mejor lugar del mundo.

      Pero era demasiado tarde. De nuevo estaba frente al fuego de la casa. “No, no, no, no.” Pensé. Me levanté, busque mis plumas, mi ropa, hasta que caí en que lo que acababa de vivir era otro de mis episodios de esquizofrenia temporal. Me estaban matando.
      Los pasos en el piso de arriba retumbaron por toda la casa como si no hubiera un mañana. Mi madre y mi hermano son iguales, no saben andar con sigilo, van aplastando todo el suelo que pisan, y con él los oídos de los restantes miembros de la familia.
      -Buenos días madre –saludé de la forma más normal en mí para evitar sospechas. Estaba en ventaja, mi padre no había tenido ocasión de hablar con mi madre, tenía un par de horas para huir en paz.
      -Raquel, hoy me iré a dar una vuelta por las tiendecitas de los productos artesanales, ¿te vienes? –De lo que menos ganas tenía era de ver las mismas tiendas por vigésima vez otra vez.
      -Iré a tomar algo a la Terrasse, que por fin tengo un amigo.
      -¿Ya has ligado? –El tono de su voz era tan misterioso que no sabía si hablaba consigo misma o con la pared de la ventana.
      -No, es un amigo que me caía mal pero que… bueno, ya no me cae tan mal, y así no me aburro -logré salir de esa situación tan incómoda de la manera más sencilla posible  - Adiós mamá, que te lo pases bien –Que era echando a mi propia madre a la calle para que fuera ya de compras, y resultó.

domingo, 5 de enero de 2014

27 de Diciembre, Parte 2: Noche de de cinco estrellas.

      20:47 p.m. marcaba el reloj. Afuera ya no llovía, pero lo compensaba el fuerte viento que se había levantado. La sensación térmica no era mayor a -4ºC, pero no importaría. Cogí al perro y me fui a dar una vuelta con él. Las calles en este pueblo tienen nombres muy curiosos, y más si no sabes su significado, que coronan calzadas de piedras o asfalto muy acogedoras. Allí, en España, pocas veces encuentras pueblos o incluso ciudades con un encanto especial. Las casas son desigualmente antiestéticas, las calles son aceras y calzadas quebradas y personas que las hacen aún más feas tirando basura sobre ellas. Aquí en Francia estoy viendo todo muy cuidado, nada de basura, el respeto por el medio ambiente está presente, no entiendo porqué todos los españoles no podemos estar así de concienciados.
      Siendo sinceros estaba deseando volver a casa porque me estaba congelando.  Para colmo de males empezó a llover y cuando llegamos a casa, tanto el perro como yo, parecíamos haber estado dándonos un baño en el río. Una ducha caliente para calentar mis fríos huesos y el pijama bastó para acomodarse junto a la chimenea a empezar mi nueva adquisición, “Canción de Fuego y Hielo: Juego de tronos”.                     
Fue una noche completamente normal. 100 páginas de Juego de Tronos cayeron cuando el reloj marcaba las 2:38 de la noche. El marcador en la página 214 y el libro encima de la cama. Todo quedó tal cual cuando me levanté a comprobar quién dormía a esas horas. La extraña suerte que estaba teniendo estos días era increíble, pues todo el mundo dormía a esas horas, cuando mi madre es como yo, de acostarse a altas horas de la madrugada.

      Las mallas, las botas hasta las rodillas y con la parte de arriba del pijama bajo el abrigo cerré la puerta de la casa por fuera. Ya no llovía, -“menos mal”- pensé, y el frío todavía no se había colado entre mi piel.
     Me alegraba tener un amigo estas vacaciones, necesitaba distracción y era perfecto, incluso parecía que ya le conocía. Casi cuando iba a girar la esquina hacia la plaza me daba miedo subir la vista y no encontrar a nadie allí. Levanté la vista y sonreí. Ahí estaba, sentado dando algo de espalda hacia el lado por el que yo llegaba, con los cascos puestos y encogido, en la misma posición en la que me encontraba  la primera noche que nos sentamos ahí.
      Sin decir nada me senté, dando a notar mi presencia, él se quitó los cascos y se giro hacia mí apoyándose en la pared derecha del pequeño portal.
      - Pensé que tú no vendrías esta noche –dijo mientras enrollaba los cascos en el iPod.
      - Y yo no estaba segura de si vendrías tú – me adelanté antes de que guardase el iPod-. ¿Qué estabas escuchando? –Acto seguido volvió a desenrollar los cascos con media sonrisa escondida y me dio uno de los cascos. Pude ver como el aparato estaba configurado totalmente en francés, me hacía gracia, pero me guarde eso para mí. Dio vueltas a la ruleta hasta que se paró en lo que supuse que sería “está sonando” en mi iPod en español. Era Junk of the Heart de los Kooks. Ya la conocía. Estaba muy a gusto. De noche (en mi salsa), al aire libre, con una persona que apenas conocía y que, curiosamente, me hacía sentir cómoda, cosa que consigo cuando logro conocer a alguien tanto como para abrirme a ella. Pero con él es distinto, no tenía que pensar en qué decir para no meter la pata, porque no me importaba.  Nunca se me hizo una canción que estaba disfrutando tan larga. Era todo perfecto. Comenzar el día de noche con un desconocido y buena banda sonora.
      -¿Has visto La vie d'adele? –Sacó lentamente un cigarro del bolsillo.
      -No, pero está dentro de mis planes antes – Se llevó el cigarro a la boca y lo encendió para devolver el mechero donde estaba.
      -Pues estás de suerte. –Y sin mediar palabra se levantó de un salto y entró a la casa. Totalmente confundida y sin saber qué hacer me quedé en la puerta. El frío le había robado el sitio. Me apreté al lateral derecho del portal y encogí mis piernas para darme calor. Al poco rato salió de nuevo, más cargado que cuando entró. Se sentó a mi lado y nos cubrió con una manta, en ese momento no sabía si darle un beso o robarle la manta, me había salvado de aquel frío, y puso un portátil en una roca frente a nosotros –Hoy podrás verla, o al menos un poco.
      -Si no morimos de frío me quedo toda la película –y me incliné para darle a play y dar comienzo a el nuestro maravilloso cine de Navidad-. Por cierto, comment tu t’appelles?
      -Emerick.
      -Curioso nombre, Eme –Me recosté de nuevo atrás, cubriéndome bien con la manta para que no se me congelasen los huesos.
      -No lo tomes como extraño, pero si tienes mucho frío soy calor humano, Raquel- En ese momento no me di cuenta. ¿Cómo podría saber mi nombre? Supongo que lo habrá escuchado en el restaurante en algún momento.
      Solo tuvimos tiempo de ver la mitad de la película, porque a la hora y media de haber empezado nos estábamos helando de frío y no había forma de evitarlo. La verdad, prefería morir de frío en ese momento que volver a mi casa. Ya la manta no era suficiente, y la situación era demasiado extraña ya como para decir que teníamos frío, así que hemos quedado mañana por la tarde.  Viva Adèle y viva la luna.

sábado, 4 de enero de 2014

27 enanitos saben donde vivo.

       Como es lógico no le iba a contar a mis padres mi nuevo episodio de narcolepsia temporal que me estaba acompañando desde hace un par de días. Pero no hizo falta. Cuando bajé las escaleras hoy a mi madre dejar de trajinar por la casa y vi cómo aparecía por mi campo de visión, se plantaba ante la escalera con los brazos cruzados y me decía “¿Qué te paso anoche?”. Estaba cogida por los…tendones. No quería contárselo porque según todas las pruebas médicas no me ocurría nada y yo sabía que era temporal, y si se lo contaba a mi madre se iba a preocupar sin razón. Pero me encontraba en una situación en la que no podía escabullirme por algún lado, así que se lo conté.
      -Lo primero de todo quiero que no te preocupes.- Dije gesticulando con las manos  anteponiéndome a situaciones futuras de preocupación. –Verás, anoche…me asomé al balcón y me mojé un poco, y cuando entré me tumbé en la alfombra y ya sabes como soy… me quedo dormida por todos los lados…- Bueno, en el fondo no mentí.
      -Joder Raquel, ¿no se te ocurrió que podrías ponerte enferma?- Dijo con tono de madre preocupada.
     -En mis planes solo estaba tumbarme, lo de quedarme dormida fue improvisado –dije harta de que me pusieran límites y dramatizasen todo-, así que la próxima vez que me quede frita le diré a mi subconsciente que me lleve a la cama y me arrope.- Diciendo esto seguí mi camino a la cocina. Alcancé una taza donde ponía “hoy es un buen día”, solté una sonrisilla al leer la frase, y con la otra mano alcancé la leche, la cual no hacía falta meter en la nevera porque estando fuera se enfriaba. Eché la leche –como siempre derramando unas cuantas gotas por la encimera- y de seguido se unió el Nesquik. Abrí el ordenador, puse música y me puse a editar.
      Apenas habían pasado cinco minutos desde que me había sentado en el banco con los vídeos cuando desplacé el ratón hasta la raya azul que minimizaba mi tarea actual para abrir el Word. El cursor parpadeaba intentando llamar la atención para que empezase a escribir. En mi pecho había señal de querer salir aquello que estaba guardado, pero mi cabeza, tozuda, no dejaba. En ese momento se me ocurrió una idea dominada por mis impulsos. “Quiero verle”. Cerré el ordenador con todas las tareas a medio finalizar, y con prisas raras de mí me puse el abrigo, la mochila y con un “¡Adiós mamá!” salí rápidamente de la casa.
      El día era totalmente contrario al anterior. Hoy no había ninguna nube, y el cielo era de un azul tan puro que si te dignabas a mirar un buen rato tu mente empezaría a engañarte sobre si es real o un efecto. Incluso tenía calor. Hice una pausa y tras esta llevaba el abrigo colgado de la mochila y la sudadera a libertad vigilada.

      De casa al restaurante apenas había unos cinco minutos andando tranquilamente. Entre por la puerta del ventanal y me dirigí a las mesas redondas. Me encantaban esas mesas. Eran redondas y con sofá, la mesa suprema. Me despojé de mis enseres cuando recordé haber olvidado tomarme aquel apetitoso Cola-Cao que me prepare minutos antes. El sentarte y tener que levantarte a por tus pedidos daba un poco de pereza. Otra vez me entendí como pude para pedir un café en condiciones. Casi lo derramo llegando ya a mi mesa –en ese momento rogué no meter más la pata en lo que me quedaba de viaje- pero haciendo malabarismos rescaté todo el contenido de la taza, excepto una pequeña gota suicida. Ahora sí, ahora estaba preparada para escribir tranquilamente… solo necesitaba un empujón que no tardó en llegar. 
Como una sombra fugaz, apareció de pasada el chico de la plaza. Intercambiamos un saludo gratamente amistoso a distancia y en ese momento me sentí más a gusto todavía y comencé a escribir: “26 de Diciembre…”.
      Al cabo de un cuarto de hora de contar mi gran y aburrido día de ayer, cuando levanté la vista del ordenador ya no estaba en el restaurante.
      -No puede ser, no puede ser… no está pasando- me repetía mientras examinaba mis manos por ambas caras-, ¿dónde estoy?.- Que gran pregunta estaba haciéndome. Mis manos estaban entre pálidas y rojas, y mojadas, debía haber estado un buen rato apoyada en la nieve con mis manos desnudas. Cuando miré a mi alrededor volví a encontrarme con las mesas redondas y los sofás del café-restaurante. “Nuevo documento; Abrir”. No hubo tiempo para que el puntero se pusiera a parpadear sobre la nueva hoja en blanco de Word. Mis manos, esta vez tenuemente más cálidas, tecleaban cada recuerdo de ese doble que hacía poco daba vida a mis días. Lo escribía todo. Todo. Cada sensación, lo que sentía en ambos lados, cuando estaba en Luz y cuando estaba en alguna parte de un bosque nevado. Lo que veía, lo que captaban mis sentidos, desde el primero hasta el sexto que se me otorgó como mujer.
      Pocas veces mis manos han ido a tal velocidad. Qué bien se escribe cuando lo que te ocurre se libera por dentro. Yo lo dejé escapar, no es como los sueños, que dicen que si los cuentas en voz alta no se vuelven a repetir -por eso solo suelo contar los que no me importa no volver a tener-. Yo escribía y escribía y se me había olvidado completamente la hora, dónde estaba, quien pasaba o no a mi alrededor, la pareja que se estaba besando en la mesa de al lado… Y me dio por levantar los ojos de la pantalla un microsegundo. Vaya sorpresa, el chico de la plaza estaba prácticamente metiendo la cabeza en mi ordenador y yo ni me había dado cuenta. Podemos decir que se rió de mí en mi cara, pero intenté no pensar mal y dejársela pasar.
      -Qu'est-ce qu'écris-tu que vois-je tellement concentrée? - Dijo tan deprisa que solo me dio tiempo a escuchar la primera palabra.
      -Emmm… ¿Qué?
      -¿Que qué estás escribiendo que te veo tan concentrada? –Dijo esta vez mucho más despacio, se notaba que tenía que pensar en otra lengua. Miró hacia los lados, como mirando si andaba cerca el supervisor, y se sentó a mi lado, alternando la vista de la pantalla del ordenador a mi cara.
      -Estoy haciendo un trabajo para la universidad  – dije bajando un poco la pantalla- y me ha venido la inspiración. -Me sentía incómoda y no quería que leyera lo que escribía, pensaría pues que estaba loca.
      -¿Qué estás estudiando? –Y mantuvo sus ojos azules fijos en los míos con cara de intriga.
      - Comunicación Audiovisual –Dije devolviéndolo la mirada.- Cada año mejoran las asignaturas, pero las universidades públicas españolas son una basura y si no, van por el camino. ¿Tú haces algo? A parte de trabajar… digo.
      - Sí –dijo con su español directo y básico-, estudio una carrera de psí..co.. logique?
      -¿Psicología? –intenté echarle una mano. Pero en ese momento apareció un hombre tal alto y grande que podría pasar perfectamente por el Cheewaka sin pelo –ni en la cabeza-. Rápidamente el chico se levantó  mientras se disculpaba en francés y se giró hacia mí.
      -Te veo esta noche.
      Y con esas palabras y la canción de Bohemia Rapsody que sonaba en el restaurante, retorné la vista al ordenador y continué la interrumpida escritura.

viernes, 3 de enero de 2014

26 de Diciembre, solo un día pasado por nieve.

26 de Diciembre

      Hoy mi mente ha estado tranquila. No recuerdo haber soñado absolutamente con nada, simplemente llegué a casa, me tumbé en la cama y como un bebé que lleva todo el día correteando por la casa me quede totalmente frita. Incluso me he levantado antes de lo normal. No necesitaba quedarme tumbada en la cama reflexionando o agonizando por tener que abandonar tal perfecta y suprema creación como es la cama. Mientras que me estaba cepillando el pelo ha sonado el despertador con  September de Earth Wind and Fire. Cuando bajé abajo solo estaban mi madre y el perro, los dos sentados en el banco de madera de la mesa, mi madre haciendo un gorro y Dylan durmiendo. Mi padre y mi hermano habían subido a las pistas a ver si podían esquiar. El problema era que poco a poco había comenzado a llover, a llover y a llover con mucha fuerza, hasta que esa lluvia pasó a nieve y el viento le apoyaba creando una combinación mortal. Obviamente tenía razón, mi padre no tardó en llamarnos.
      -Hemos subido a la estación pero aquí hay mucha ventisca y los telesillas ni siquiera están abiertos. –telefoneó mi padre a las 11:06 de la mañana.
      -¿Habéis conseguido subir a alguna pista? –Preguntó mi madre.
      -Que va, -dijo mi padre- cuando llegamos estaba nevando, pero luego fue a más y está todo cubierto por una gran capa de nieve. Vamos a bajar hacia el pueblo detrás de la quitanieves…
      -O sea que tardaréis en llegar al pueblo. –Pudo adivinar mi madre con facilidad.
      Y efectivamente, hasta una hora y media después no llegaron a casa. Mi hermano había hecho un video bajando por la carretera. Todo estaba completamente nevado. Si los coches iban a 5 Km/h era un milagro, puesto que ir más deprisa sería una imprudencia. En el video pudimos ver que, en el momento en que la quitanieves frenó un poco la marcha, a mi padre, aún con las cadenas puestas, tuvo que maniobrar sacando el coche hacia un lado, puesto que no podía frenar o se le iría el coche en otra dirección peor. También aparecían coches tirados en el arcén, estancados en cunetas nevadas, en medio de la carretera, e incluso un par de personas que bajaban esquiando por la nevada calzada. Una vez pasado eso tenía su punto de gracia, pero en su momento –por experiencia propia-  no es un momento de mucha tranquilidad.
      Esa mañana habíamos pensado mi madre y yo ir a la Terrasse a comer, pero contando con las horas que habían llegados los varones de la familia y que la cocina cerraba a las 14:00 se nos hizo un poco tarde. Improvisamos comida en casa con lo que había en el frigorífico. Pero me quedé con ganas de comer en el restaurante. ¿Era obvio no? Había pensado en la noche anterior. Fue muy curioso y me dejó con ganas de conocerle. O simplemente de volver a verle y no mirarle ya con cara de asco. Pero parece ser que hoy no tocaba.
      La forma en la que llovía era increíble. No descansaba ni un segundo. Parecía que mi espera era en vano, pues lo único que quería era volver a salir de noche, a un paseo nocturno, pero no se veía una opción muy factible, a no ser que quisiera hacer paracaidismo sin paracaídas.
      Las dos, las tres, las tres y cuarto… como echaba de menos el poder dormir como hice la pasada noche. Me destapé y, haciendo el menor ruido posible, me levanté, abrí el balcón y me asomé. Quedaba un día para la luna llena, podía notarlo. La lluvia y el viento nos calaban a los cristales y a mí. Cada vez era más de noche y cuando cerré las puertas estaba completamente calada, pero no me importaba, porque ya no estaba en mi habitación.

      Era de día y el sol se colaba por algunas ramas de los inmensos abetos del bosque. Cuando quité la lona de hojas y ramas que hice, cayó una gran capa de nieve acumulada. Debía ser tarde, en torno a media mañana, pues el sol estaba justo encima de mi cabeza. Me levanté y salí del pequeño refugio. La hoguera estaba totalmente cubierta.


      Cuando abrí los ojos estaba tumbada en el suelo de la habitación, empapada. ¿Otra vez? Era como haber despertado dos veces siendo la misma persona. Confusa me levanté y me cambié por ropa seca. No se si tomarlo como anécdota en mi vida, pero esta serie de desmayos están marcando parte de mi Navidad 2013.

jueves, 2 de enero de 2014

¿Sigue siendo Navidad? Perfecto... (Parte 2).

      Tardamos media hora en llegar al médico más cercano. En el camino iba pensando en lo que me había ocurrido. Fue como si me quedase dormida, porque recuerdo haber soñado. Estaba en el mismo lugar pero cazando. La otra y única imagen que tenía del sueño era la luna ante mis ojos. Ahí me desperté. No paraba de darle vueltas intentando encontrar algún sentido, o incluso intentar conectar esas imágenes con mis anteriores sueños. En la sala de espera del ambulatorio notaba un frío sobrenatural, me veía las manos tan blancas como la nieve sobre la que había desfallecido hace apenas una hora y mis ojos se entrecerraban una y otra vez hasta que me quedé dormida. Cuando escuché mi nombre por megafonía los ojos se abrieron instintivamente y entré en la consulta. Me pusieron una mujer española para no tener problemas para entendernos.
     -Buenas noches Raquel. A ver, echando un vistazo al informe que te ha hecho el equipo de salvamento he podido entender que te has desmayado en medio de la nieve de repente y que has despertado quince minutos después. Antes del desfallecimiento, ¿notaste algo extraño o fuera de lo normal que te indicase que ibas a desmayarte?- Pregunto la doctora.
     -No noté nada. Recuerdo estar mirando el paisaje y de repente despertarme con mucha gente en torno a mí. Eso fue todo.
      La mujer empezó a hacerme una serie de pruebas muy extrañas. Me hizo tumbarme en el suelo y rápidamente levantarme, así un par de veces. Luego me hizo repetir palabras muy rápido y hacer gestos mientras las decía. Las pruebas que me estaba haciendo era muy raras y yo, que soy de risa fácil, no paraba de sonreír por no empezar a partirme de risa, y no de las pruebas, si no porque me hacía todo mucha gracia y en ocasiones cosquillas. Cuarenta y cinco minutos de consulta y un análisis de sangre después por fin pusimos rumbo a casa. Ahora estábamos a veinte minutos más lejos que antes de casa, así que decidí echar una cabezadita y coger fuerzas para volver a dormir en la litera en cuanto llegásemos. Pero fue un poco imposible.

      Aquella noche mi sueño había desaparecido por completo, no era ninguna novedad pero me estaba poniendo realmente nerviosa. Me acosté a las 12 de la noche y ahora eran ya las 2:00 a.m. Ya no sabía como entretenerme, muchas veces que el insomnio me cogía hasta las 7:00 a.m. me pasaba la noche leyendo, pero ya había leído todo el repertorio que me había llevado a Francia, incluso intenté leer unos libros en francés pero me empezó a doler la cabeza de no entender nada.  A las tres de la mañana tuve suerte y toda la casa estaba dormida, así que decidí ir a dar una vuelta sin que se enteraran a ver si me despejaba un poco. Llegué a la plaza más cercana a la casa y decidí sentarme en el bordillo de la puerta de una de las casas, saqué los cascos y me puse a escuchar música. Tener banda sonora para aquella noche que ponía punto y final a mi día de Navidad más extraño en mi vida era perfecto. Llevaba ahí un rato con la capucha puesta, las piernas –prácticamente cubiertas hasta la rodilla por mis gigantescas botas de nieve- encogidas sujetadas por mis brazos y la espalda apoyada en la puerta de la casa. De repente mi cuerpo casi se cae hacia atrás cuando la puerta se abrió. Mi susto fue tal que casi muero por segunda vez aquel día. Una figura salió de la casa y se encaminó hacia el centro de la plaza, pero a tres pasos aproximadamente de la puerta recién abierta, se giró. Yo no me atreví a levantar la cabeza para curiosear sobre el rostro de mi acompañante, pero no hizo falta. La figura se agachó y se quedo plantado frente a mí, mirándome a la cara. Le reconocí. Era él, el chico de la plaza, el francés que me puso verde en el baño de la Terrasse. En ese momento me quedé mirándole fijamente, desafiándole con la mirada.
      -Bonne nuit- Dijo el chico mientras se levantaba y tranquilamente se sentaba a mi lado en el bordillo de lo que espero no sea su casa.
      -Veo que ya no sabes gritar- Dije entre dientes y casi para mí, sin saber si lo habría oído.
      - Je suis désolé, j'étais très nerveuse et je pense que tu ne comprenais pas.- Dijo con un tono de voz tan calmado que me sorprendió.
      -Pardon, je ne comprends pas, je suis spagnole.-Dije con el poco francés que defiendo.
     -Vale… bueno, se español, si tengo fallos perdóname. Quería disculparme por gritarte en el baño, y quiero explicar porqué yo estaba nervioso.
     -No se si fiarme de un desconocido a las tres de la madrugada después de que haberme gritado como un loco de repente.- Mi bordería se palpaba en el ambiente y me di cuenta, así que dejándola a un lado, le di la oportunidad al chico de explicarse, porque también tenía muchas dudas que quería que me respondiese.-Perdón, es que me asustaste, siento estar tan seca. ¿Por qué te pusiste así conmigo? Ni siquiera nos conocemos.
      -Esa es la cuestión. Me resultas muy familiar y no parabas de mirarme, por lo que creí que te conocía de algo y tu me habías reconocido. En algún momento intenté hablarte, ¿recuerdas el primer día que apareciste para tomar un café? Ahí intenté hablarte, pero me pusiste caras raras y me corté, y luego te vi con intención de hablar y no dijiste nada. Me enfadé, pero lo que grite en el baño no eran insultos, solo pedía explicaciones pero con las formas equivocadas. Lo siento, siento si te hice huir.-
      Hubo un silencio, pero no fue incómodo, la situación lo requería. Me estaba pidiendo disculpas después de que ha intentado hablarme y yo le puse cara de asco. Necesitaba ese silencio para avergonzarme y para buscar las palabras adecuadas con las que pedirle mis más sinceras disculpas.
      -Vaya... Mierda, soy una verdadera gilipollas -dije enfada conmigo misma y con alguna pequeña sonrisa de vergüenza- tú intentando hablarme y yo pensando que me odiabas por haberte mirado... De verdad, lo siento, tú eres el valiente y yo he metido el rabo entre las patas.
      -Creo que lo que ha pasado es una falta de entendimiento.- Dijo sonriendo.
    En ese momento no pude pensar, me había perdido en la conversación, no sabía que responder. Otra vez me resulta familiar. Con la piel de gallina y tartamudeando, lo cual hago cuando la situación me pone a prueba, intenté seguir la conversación.
      -Sí, sobre todo porque no te entendía.-intenté romper algo de tensión en el ambiente.- Bueno, debería volver a casa, a ver si ahora consigo dormir.
      -¿Tú duermes poco también?
      -Sí, pero es desde que era una cría. Insomnio dicen, pero prefiero la noche al día, así que no tengo problema. ¿Tú también tienes insomnio?
     -Sí. Todas las noches, si no consigo distraerme o algo que me haga estar cansado, me salgo a la plaza a dar vueltas o simplemente me siento aquí.-y se quedó callado, inmóvil. Tras esa pausa prosiguió con la misma simpatía de antes. -Bueno, yo también debería entrar. Ahora que ya no me tienes asco (creo) puedes pasarte por la Terrasse, a tomar algo, te prometo no gritar.
    No pude evitar reírme, me pareció muy apropiado el comentario, y con la tensión esfumada me levanté del bordillo, metí las manos en los bolsillos del abrigo y dando media vuelta me despedí.
      -Au revoir.- Le dije volviéndome hacia él.
    -Adiós.- Dijo sonriendo. No le vi sonreír, pero se cuándo las palabras salen de una sonrisa o de una boca seria, de la radio se aprende mucho. 
     Los pocos metros que había hasta mi casa me dieron para pensar que al menos ya tenía un amigo, o bueno, un enemigo menos, y que aquella vuelta para despejarme había servido. Ahora ya estoy en la cama, pero antes tenía que contaros todo esto. Tras este día de locos voy a intentar desconectar, y recordad, no hay mal que por bien no venga.

miércoles, 1 de enero de 2014

Ho Ho Ho Feliz Navidad. Parte 1.

      25 de Diciembre, Navidad del 2013. ¿Mi sueño de hoy? Extraño otra vez. En el de esta noche todo eran sombras. Las figuras eran sombras. Lo único perceptible que ha aparecido era un cielo oscuro pero medio verdoso, con auroras verdes decorándolo. Eso ha sido –perdón por la palabra- realmente precioso. Pero a parte de eso, ¿conocéis la sensación de no ver nada y que, precisamente por ese motivo, lo que sientes es tres mil veces más potente, más profundo? Una caricia que no ves multiplica la sensación centrando toda la atención en el dedo que atraviesa tu torso, en la mano que se enlaza entre tus dedos sin esperarlo. La piel de gallina y el corazón a mil. Pues esa sensación es la que experimenté en el sueño de anoche. Aunque la presencia que sentía junto a mi era una simple sombra, lo que me hacía estremecer era notarle ahí, a mi lado, bajo ese verde en líneas. Había huellas de animal a nuestro alrededor, plumas, rastros de un fuego y zapatos que supongo que pertenecerían a nuestros descalzos pies. El cielo y la presencia, esas eran las piezas claves de mi sueño.

      La comida hoy toca en casa. Mi madre a puesto sobre la mesa un mantel de velitas con servilletas del mismo tema, las cuales mi hermano y yo hemos intentado dar forma y hacerlo mas acogedor pero... hemos conseguido dejar buñuelos de servilleta como decoración. Como no nuestro invitado especial era el fuego -a parte del perro- que se ha alimentado con los cartones de la comida que compramos en el Carrefour (pronunciarlo con acento francés).En la comida nos dedicamos a decir chorradas y me ayudo bastante para desconectar de la mierda de sueños y pensamientos que últimamente me estaban  comiendo la cabeza.
La distracción duro hasta la película después de la comida. Todos se quedaron dormidos excepto yo, que me quedé sola junto a La Sirenita  en francés. En el momento que me salía francés por las orejas empecé a pensar y a darle vueltas a cosas que no entendía. Y empecé a echar de menos. A echar de menos a alguien que ni conocía ni sabia quien era. Simplemente empecé a echar de menos como nadie quiere echar.
      Cuando acabó la película apagué el televisor y mi familia, como si tuvieran un ojo abierto o un sentido de más, revivió milagrosamente. Hasta el perro, al que había oído ladrar en sueño hace un momento, se estiró y se puso en pie con su cara de sueño en busca de entretenimiento humano.
Mi padre nos dijo que nos vistiéramos que nos íbamos a que el perro jugase a la nieve. Me puse los pantalones de snow y mi calentita chaqueta, seguidos de las botas para poder revolcarme por la nieve a gusto y antojo y que no me mojase. Llegamos a la entrada de las pistas de ski, donde encontramos un camino –que suponíamos que sería de ski de fondo o de las motos de nieve- y fuimos por ahí derechos. Entre mi perro y mi hermano terminé de nieve hasta las orejas, incluso tuve buffet libre de comer nieve cortesía de mi hermano. A Dylan (perro) no se le distinguía de lo blanco que es. Sobre todo cuando saltaba de algún lado  a un montón de nieve que le cubría hasta la cabeza. Andando hacia arriba, hacia la montaña por el camino que habíamos descubierto, nos metimos por un trozo de bosque que rodeaba el sendero de nieve. Iba caminando y, cuando alcé la vista para observar el bosque recuerdo ver cielo y nada más.         Cuando me desperté estaba helada. Y sola, estaba sola.
     Estaba tirada en la nieve. A la izquierda  un arco y en mi mano derecha el carcaj de las flechas. Rápidamente y sin darme tiempo a ponerme de pie cargué una flecha y con el arco tensado me giré hacia mis seis en punto. Había escuchado algo a mis espaldas pero no se podía ver nada. La frondosidad del bosque era tres veces mayor que antes. Con la mirada perdida entre las ramas de un abeto nevado, mi concentración recaía principalmente en mi oído y en mi sistema locomotor. En un segundo, una rama, unos metros más a la derecha de donde mi vista se había plantado, salió disparada una liebre y, sin apenas verle con los ojos, lancé la flecha, matando al animal de un disparo. Mis pasos eran firmes al acercarme ala liebre con una flecha de madera decorada con pigmentación roja y plumas. Recupero mi flecha y, tras congelar casi por completo al inmóvil animal para no dejar rastro de sangre, le até a mi cintura. Empezaba a anochecer y necesitaba encontrar un lugar donde cobijarme. Casi el sol había caído por completo cuando encontré un par de rocas donde cabía mi cuerpo únicamente para dormir. Con ramas y pocas hojas que había a mi alrededor fabriqué un techo en el que poder resguardarme mientras durmiera sin que la nieve me mojase, y con algunas ramas secas –que de milagro encontré- hice una pequeña fogata. Me despojé del carcaj y del arco y desaté lo que quedaba de liebre. Le quité la piel con un cuchillo artesanal hasta que quedo en carne viva. Con un palo en horizontal como sostén, puse la liebre sobre el fuego para cocinarla. Mientras cenaba mis cinco sentidos estaban atentos a todo lo que ocurría a mi alrededor: el viento moviendo los árboles por aquí, aullidos por allá, y una luna tan grande que hipnotizaba con solo pensar en ella. Y así fue. Me tumbé en mi pequeño refugio, mirando hacia aquella brillante luna, y poco a poco mis ojos fueron cerrándose hasta acabar por completo con mi cuerpo.
      Cuando desperté seguía en el mismo sitio donde me desmayé. Los ojos me pesaban mucho y para ver lo que me aguardaba tampoco quería que se abriesen del todo. Me recosté con ayuda de unas cuantas manos. A mi alrededor estaban mis padres, mi hermano, el perro, una moto nieve, un médico –supuse que era el de salvamento de las pistas de ski por la ropa que llevaba- y una panda de curiosos que cuchicheaba tanto en francés como en español e inglés.
      -Gaquel, sigue la lus con tus ojos. ¿Cómo te llamas?- Comenzó el médico a preguntar.
      -Raquel Lillo Benito- Respondí.
      -¿Dónde y con quién vives?-
      - Soy de Madrid, España, y vivo en casa con mis padres, mi hermano y mi perro.-
      - Gepite la fgrase conmigo: Astor menico trufacte haido- Citó de repente el médico.
     - Eeemmmm…Astor…men…menico trufacte…ha…hai…¿haido?- Conseguí decir de milagro (gracias a mi poca memoria).
     -Pegferto, ha recupegado los sentidos, pego segá mejor que se pase por algún hospital paga un geconocimiento a fondo.- Dijo el hombre en el típico acento de un francés intentando hablar español en condiciones.
    -De acuerdo, muchas gracias. ¡Madre de Dios! Menos mal. ¿Cómo te encuentras?- Escuché que decía mi madre con preocupación prácticamente en mi oído.
      -Bien, bien, pero, ¿qué me ha ocurrido?-
     - Has sufgrido un leve desmayo. Tu cuegpo ha dejado de gesponder. Tus sentidos no geaccionaban. Todo se ha pagado excepto tu cogazón, que afogtunadamente ha seguido latiendo.
      En ese momento no hubo más que hablar. Aunque mi mayor obsesión era llegar a casa y descansar, mi padre nos metió en el coche y nos bajó a la clínica más cercana a que me hicieran una revisión de todo. La verdad es que no entiendo aún lo que me ocurrió. Es verdad que tengo ciertos problemas en la sangre y que apenas puedo tomar medicamentos pero de ahí a desmayarme no comprendo lo que pasó.

martes, 31 de diciembre de 2013

Noche buena y tarde peor.

      La anécdota de anoche es curiosa. Esta vez si he conseguido dormir –tarde, pero dormí-, pero el despertar ha sido extraño, por no decir inquietante. Cuando he abierto los ojos, estaba realmente congelada, muerta de frío, tumbada en el suelo del camino de piedras que lleva a la entrada de la casa. Serían las ocho de la mañana cuando me desperté. Sin hacer ruido me metí en la casa y corriendo me subí a mi cama. Encogida en posición feto y con el edredón cubriéndome la cabeza, comencé a escuchar cómo mis padres se levantaban. Aún no les he dicho nada sobre ello, creo que me controlarían un poco si me han estado notando rara estos días y encima supieran que sonámbula he amanecido congelada en la calle.    

      A parte de esa anécdota junto a las imágenes del círculo de fuego y el hacha no ha ocurrido nada más por la noche. Me volví a despertar –esta vez en mi cama- sobre las 12. Me visto, me aseo, me peino y bajo. Las primeras noticias del día eran que iríamos a un pueblo llamado Osevoir a unos 15 kilómetros a comer. Cuando llegamos al pueblo lo recorrimos entero en busca de un restaurante para comer, con la sorpresa de que ninguno estaba abierto. Tocaba dar media vuelta y volver por donde habíamos ido. La carretera camino a St- Sauveur estaba llena de curvas y no paraba de llover a cántaros. Era precioso. Sobre el coche se alzaban altas  montañas nevadas y en la carretera, en algunos tramos, piedras que pertenecían a esas montañas. Pasado el puente de Napoleón –un hombre muy amigo de los españoles- llegamos al pueblo de nuevo. Hoy teníamos que comer fuera, ¿y dónde acabamos? En la Terrasse. Que oportuno. No había pensado en el chico de la plaza en todo el día, y como eso ya era mucho tiempo, supongo que el destino quería que me acordase del pobre una vez más. Bueno, quizás esté mintiendo un poco. En el coche vuelta al pueblo sonó la canción de Do I wanna know? de los Arctic Monkeys.  Pero fue un recuerdo pasajero. 
     Nos sentamos en la mesa redonda de siempre. Nos quitamos los abrigos empapados, los dejamos y nos vamos a por la comida (es buffet libre). El típico  rato gracioso en el que nos intentamos entender con el camarero y volvemos a la mesa. Faltaban los platos principales que nos los llevaban a la mesa. ¡Sorpresa! Me vuelve a servir la comida el chico de la plaza. Comemos, hablamos, estamos ahí hasta que decidimos irnos. No sin antes pasar por el servicio. No se que manía tienen los franceses de hacer los baños unisex. Sinceramente odio esa manía. No me importa que cuando me esté lavando las manos aparezca un hombre, pero sí me importa que cuando me esté lavando las manos aparezca él. Eso si que fue un encontronazo. El chico empezó a hablarme muy rápido en francés. Como yo no le entendía, le dije que no lo intentase, que no hablaba francés. El siguió. Creo que no me estaba insultando – aquello que me había parecido al principio- sino que me estaba intentando contar, pero estaba muy nervioso, y eso junto a la rapidez con la que me hablaba creo que no era muy apropiado. Mi cara reflejaba un poco de susto y atención. Tenía intriga sobre qué me intentaba decir, hasta que se relajó. Fue ahí cuando sorprendentemente empezó a hablar mezclando francés, inglés y alguna palabra en español. Aún así yo también estaba muy nerviosa y no conseguí entenderle. Hubo un silencio en el que ambos nos miramos con el ceño fruncido y nos dispersamos. Él se quedó en el baño y yo salí por la puerta intentando no mirar atrás. Cuando me senté de nuevo en la mesa mi hermano me comentó que estaba pálida, aún más de lo normal. Mi  repertorio de encontronazos en los que me quería meter bajo tierra podría parar ya, ¿no?
      Descansé un poco y volví a la tienda a terminar de pagar mi deuda. No podía concentrarme, no sabiendo que a poco más de doblar la esquina había un francés que probablemente me hubiera hecho un hechizo gitano en un idioma que ni entiendo. Aún así conseguí saldar la cuenta que tenía con la tienda por mi tropiezo y asesinato de todas las ardillas de peluche que había en la tienda. Cierta pena recorrió mi corazoncito madrileño…Pero fue un microsegundo, luego me fui deseando no saber nada más sobre aquella tienda, ardillas y un hombre barrigudo y bizco que me miraba con cara de asesino. Me puse la chaqueta y salí a disfrutar de la libertad. Entonces la libertad decidió calarme hasta los huesos. Llovía y hacía tal viento que parecía que saldría volando en cualquier instante. Me puse la capucha y, con apariencia de esquimal, crucé la calle intentando llegar lo más rápido posible a casa –o morir en el intento-.

      Dicen que el mayor placer de una mujer es llegar a casa y desprenderte del sujetador. Mi mayor placer en ese momento fue quitarme las botas, los calcetines, los pantalones, el abrigo y con la sudadera hacer compañía a mi mejor amigo, el fuego. Y parece ser que no era la única. El perro tuvo la misma idea que yo, pero sin quitarse ninguna prenda. Parece ser que las mejores mentes piensan igual.